“Es necesario indignarse”. (Querida Amazonia 15)

Últimamente, los acontecimientos sombríos han ido y venido tan a menudo que puede ser fácil querer mirar hacia otro lado.

Vemos otro devastador titular que aparece en nuestra pantalla o teléfono, y rápidamente pasamos al siguiente.

Un amigo comienza a mencionar esas palabras reveladoras, «¿Viste eso en las noticias…», y cambiamos el tema a un territorio más seguro, como las mascotas o los deportes.

Como católicos y cristianos, sin embargo, estamos llamados a sentarnos en el silencio y absorber el dolor, a escuchar el clamor de la Tierra y el clamor de los pobres.

“Es necesario indignarse, como se indignaba Moisés, como se indignaba Jesús, como Dios se indigna ante la injusticia. No nos hace bien permitir que nos anestesien la conciencia social ”1 escribió el Papa Francisco en Querida Amazonia (15).

Todos los católicos y cristianos deberían sentirse indignados por el hecho de que la deforestación de la selva amazónica de Brasil alcanzó en 2020 el nivel más alto de los últimos 12 años.

Un total de 11.088 kilómetros cuadrados, o cerca de 4.280 millas cuadradas, fueron arrasadas entre agosto de 2019 y julio de 2020, de acuerdo con las cifras preliminares del Instituto Nacional de Investigación Espacial de Brasil (INPE).

Eso sería como si 14 ciudades del tamaño de Nueva York fueran devastadas en el lapso de 12 meses.

El recuento representa un salto del 9,5 por ciento desde 2019, y es el cuarto año consecutivo en que la tasa anual de deforestación ha crecido en la Amazonia brasileña.

Lloramos por esta trágica pérdida de la creación, y callamos sabiendo que el clamor de la Tierra es tan fuerte como siempre, ya que comenzamos una década fundamental para la creación.

Son 11.000 kilómetros cuadrados que innumerables especies y miembros de la creación ya no podrán llamar hogar. “No tenemos derecho”2. (LS 33)

Miles de árboles ya no tendrán la oportunidad de respirar y crecer y no nos ayudarán a evitar los peores efectos de la crisis climática absorbiendo y almacenando dióxido de carbono.

Peor aún, los pueblos indígenas que llaman hogar al Amazonas y que han cuidado de esa tierra durante cientos de años tienen 11.088 razones para temer que sus hogares y medios de vida sean los próximos.

«Para ellos, la tierra no es un bien económico, sino don de Dios […] Cuando permanecen en sus territorios, son precisamente ellos quienes mejor los cuidan»3, escribió el Papa Francisco en Laudato Si’. (146)

Su Santidad no se ha andado con rodeos al describir tal devastación para la Amazonia y la creación. «A los emprendimientos […] que dañan la Amazonia y no respetan el derecho de los pueblos originarios […] hay que ponerles los nombres que les corresponde: injusticia y crimen». (QA 14)

En un discurso del 2014, el Papa Francisco etiquetó tal comportamiento como un «pecado».

“Este es nuestro pecado: explotar la tierra y no dejar que nos dé lo que tiene dentro, con la ayuda de nuestro cultivo”.4

Los católicos de Brasil, que constituyen dos tercios del país, están unidos en contra de tal comportamiento, a pesar de los peligrosos llamamientos del Presidente Jair Bolsonaro a favor de una agricultura y una minería más comercial en la región del Amazonas, palabras que algunos dicen que han alentado un comportamiento ilegal que ha destruido partes de la selva.

En una encuesta realizada en 2019, el 85 por ciento de los católicos brasileños dijo que veían el ataque al Amazonas como un pecado, y siete de cada diez dijeron que preservar el Amazonas es «muy importante». La encuesta fue contratada por el Movimiento Católico Mundial por el Clima y el Instituto de Clima y Sociedad.

Los últimos 12 meses han sido difíciles en todos los sentidos.

Para los pueblos indígenas del Amazonas, la pandemia COVID-19 ha sido una capa devastadora que se suma a la crisis existencial que supone conservar el derecho a cuidar de su tierra natal.

Mientras continuamos celebrando el tiempo de Navidad y el nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo, debemos sentirnos esperanzados.  Sabemos que hemos sido bendecidos con un Dios amoroso y misericordioso.

Pero también deberíamos sentirnos indignados y motivados, y con la responsabilidad de hacerlo mejor en 2021.

El nacimiento de Jesús no eliminará el dolor que el mundo ha experimentado recientemente. No debería permitirnos olvidar todo lo que ha sucedido.

El nacimiento de nuestro Salvador debería ayudarnos a celebrar lo afortunados que somos y motivarnos a cuidar de todos los miembros de la creación como Dios nos enseña.

Una vez que lo hagamos, nos espera un mañana mejor, porque verdaderamente, «nada será imposible para Dios».