«Hacia el encuentro» Adviento
2º Domingo de Adviento – Año C
Lucas 3,1-6

En este segundo domingo de Adviento, continúa el camino hacia ese encuentro que cambia la vida y que tendrá como escenario una humilde cueva.

El protagonista de este domingo y del siguiente es Juan el Bautista, icono vivo de todo el Antiguo Testamento, el hombre que prepara el camino para la venida de Dios. Su principal característica es que es una persona «excéntrica», por su dieta -comía saltamontes- y su vestimenta, casi como tantas personas extrañas que encontramos en la vida. Pero el Bautista es diferente, porque su apertura a la novedad tiene sus raíces en el concepto de justicia y libertad de la tradición judía, de la que sus opciones vitales son un signo externo. Si no pasamos por la figura y el bautismo del Bautista, si no «llegamos al fondo» en el agua, no podemos encontrarnos con Jesús.

En este texto encontramos siete nombres, de emperadores, gobernantes paganos, religiosos, políticos, todos personajes que encontraremos en la Pasión de Jesús. Son los poderosos de la época, los que hacen la historia. En esta historia, de la que debemos cargar, «cae» la Palabra de Dios, pero en la creación, compuesta por dos elementos: el desierto y el río. El desierto, que recuerda el éxodo, la prueba, la peregrinación, y el río Jordán, signo de la tierra prometida. La Palabra tiene lugar en la creación, en un escenario de desolación y en otro de esperanza, en un grito y en la búsqueda de la luz. La Palabra no cae en los palacios de los siete personajes mencionados, sino en el lugar de la extrema pobreza, en el lugar del silencio donde el hombre se encuentra como criatura porque lo necesita todo. Allí, donde se experimenta la prueba y la tentación.

Se proclama un bautismo en el Jordán. Sumergirse en las profundidades, morir, reconocer el límite. Somos humanos, «humandi», es decir, «ser enterrados», humildes. Pero en el bautismo, lo que también sale del agua es un deseo de vida más allá de la muerte. Signo de esperanza, deseo de infinito. Somos la imagen de Dios porque hay este deseo en nosotros. En el bautismo hay una conciencia del límite y el deseo de superar este límite. Pero ambas cosas requieren una conversión de nuestras tristes pasiones. La vida tiene que girar, tiene que «huir» de las ilusiones que nos han alejado de Dios, en el jardín del Edén.

¿A qué fuimos destinados, desde nuestra creación, cuando fuimos colocados en el Edén? Dios nos creó para «cultivar y custodiar» un jardín, que hoy hemos convertido en un árido desierto, porque no aceptamos nuestras limitaciones y nos consideramos gobernantes de la creación. Dentro de nuestros límites, como dice San Francisco, debemos vivir «cum grande humilitate», debemos reconocernos como «todos hermanos», criaturas en comunión con todas las demás criaturas. Sin embargo, en nuestro delirio de omnipotencia, nos encontramos terriblemente solos.

El Bautista anuncia esta conversión radical para «escapar» de esta soledad, de la tristeza de no aceptarnos como hijos. Conversión radical que nos gusta definir como «ecológica», en el sentido de «limpieza integral», en todas nuestras relaciones, entre los hombres, con la creación, con Dios, con nosotros mismos. Necesitamos relaciones limpias, caminos rectos. El Bautista utiliza las palabras de Isaías, pronunciadas en Babilonia y chorreando lágrimas y dolor, porque aquel cautiverio fue causado por el pecado del pueblo judío, a diferencia del egipcio. Era posible salir de ese exilio, y preparar el camino. Un camino recto y cómodo, tratando de llenar los abismos de desesperación que tenemos, las cimas de nuestro delirio.

Como dice Santa Clara de Asís: «Sí, porque ahora está claro que el alma del hombre fiel, que es la más digna de todas las criaturas, está hecha por la gracia de Dios más grande que el cielo. Mientras que el cielo, con todas las demás cosas creadas, no puede contener al Creador, el alma fiel, en cambio, y sólo ella, es su morada y estancia, y esto sólo por la caridad, de la que los impíos están privados. Es la misma Verdad que lo afirma: «El que me ama será amado por mi Padre, y yo también lo amaré; vendremos a él y haremos nuestra morada en él» (FF 2892).

Escuchar en el desierto lleva a ver. Todo hombre, tal como es, verá la salvación de Dios. La salvación es para el hombre, a pesar de su fragilidad. ¡Qué hermoso es, incluso en nuestros desiertos cotidianos, caminar hacia la cueva de Belén con esta esperanza! ¡Feliz segundo domingo de Adviento!