Juan 6, 41-51

Comiéndote sabremos ser comida.

Hace un año, con 92 años, don Pedro Casaldáliga, obispo en la región amazónica, partió a la casa del Padre. Catalán de nacimiento y religioso claretiano por vocación, Don Pedro vivió en Brasil desde 1968. Su vida entregada, primero como religioso y después como obispo, fue referencia en la defensa de la naturaleza, de los pueblos y de los derechos humanos en general. En una entrevista que le realizaron en 2019, expresaba: «el consumismo es el gran demonio de nuestro tiempo. Con él, además de devorar el planeta y enfermarlo con nuestras basuras, nos hacemos cómplices del capitalismo y de su crueldad. Si tenemos algo de sobra, se lo estamos robando a alguien… Hasta ahora el consumismo ha sido visto como un exceso de vanidades, que si hay que tener cuarenta pares de zapatos, dos televisiones, etc. Pero esto es mucho más serio: se consumen derechos, se consumen necesidades». Este “obispo del pueblo” puso sobre la mesa la autodestrucción de una sociedad hiperconsumista, cuya señal es la eterna insatisfacción de algo o de alguien, porque «cuanto más se consume, más se quiere consumir» (Lipovetsy) y nada nos llena, además nos destruye y destruimos la vida. El proyecto alternativo de vida que leemos en el Evangelio de este domingo nos abre el horizonte de nuestra experiencia creyente. Escuchemos.

EVANGELIO: Juan 6, 41-51

«Los judíos murmuraban de él porque había dicho: «Yo soy el pan bajado del cielo», y decían: «¿No es este Jesús, el hijo de José? ¿No conocemos a su padre y a su madre? ¿Cómo dice ahora que ha bajado del cielo?» Jesús tomó la palabra y les dijo: «No critiquéis. Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me ha enviado. Y yo lo resucitaré en el último día. Está escrito en los profetas: “Serán todos discípulos de Dios”. Todo el que escucha al Padre y aprende, viene a mí. No es que alguien haya visto al Padre, a no ser el que está junto a Dios: ese ha visto al Padre. En verdad, en verdad os digo: el que cree tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron; este es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo».

En el Evangelio de hoy, Jesús nos dice: «Yo soy el Pan que da la vida». Con esta autopresentación está expresando cómo entiende él su propia existencia, su misión aquí en el mundo. Y en este sentido la imagen del pan es muy sugerente, porque para que el pan y todos los alimentos cumplan su función en nuestro organismo necesitan ser masticados y destruidos. Ya podemos imaginarnos por donde va la misión que Jesús ha comprendido de su vida, estar dispuesto a ser destruido para darnos vida (cf. S. Béjar). Esta misma misión es la que nos comparte, es con la que “comulgamos” al “tragarnos a Jesús”, una expresión muy áspera pero que al menos tiene la ventaja de ser familiar en nuestro vocabulario: “no trago a tal persona”. “Tragarnos a Jesús” nos ayuda un poco más a comprender lo que significaría tragarnos su mentalidad, sus opciones, sus preferencias, su estilo de vida (cf. D. Aleixandre). La Eucaristía, entonces, es tremendamente comprometedora, el que coma el Pan de Vida tiene que estar dispuesto a entregar su vida y ser alimento para la vida de este mundo.

Por otro lado, en este mismo Evangelio escuchamos que Jesús dice que el Pan de Vida es muy diferente al maná, un alimento perecedero que permitió al pueblo la existencia temporal pero no la eterna, que llenaba el estómago, pero no el corazón. En cambio, el Pan que baja del cielo, ese sí que puede llenar nuestro corazón, no solo en esta vida sino eternamente. Este futuro en Dios nos compromete a esforzarnos por vivir plenamente y ayudar a vivir plenamente a los demás. Por eso podemos decir que «la Eucaristía es un bien social, un don que Dios nos regala «para la vida del mundo» (L. Arnaíz). En un mundo con señales de rotura por un consumismo exacerbado, con signos de maltrato de la vida en todas sus formas (cf. LS 230), y en el que las consecuencias las viven dramáticamente los más pobres (cf. LS 13); la eucaristía nos interpela y nos fortalece porque solo comiéndolo sabremos ser comida (Cf. P. Casaldáliga).

Oración: Mis manos, esas manos y Tus manos hacemos este Gesto, compartida la mesa y el destino, como hermanos. Las vidas en Tu muerte y en Tu vida. Unidos en el pan los muchos granos, iremos aprendiendo a ser la unida Ciudad de Dios, Ciudad de los humanos. Comiéndote sabremos ser comida. El vino de sus venas nos provoca. El pan que ellos no tienen nos convoca a ser Contigo el pan de cada día. (P. Casaldáliga).

Autora: Gladys De la Cruz Castañón HCJC 
Hermana Catequista de Jesús Crucificado. 
Licenciada en Catequética y candidata al Doctorado en Catequética por la Universidad Pontificia Salesiana de Roma. 
Forma parte de la Delegación Diocesana de Catequesis en Santiago de Compostela, España. 
Voluntaria en el Movimiento Laudato Si’.