Derechos de autor: Museo Nacional del Prado

El legendario pintor español Francisco de Goya murió en 1828, más de 100 años antes de que la crisis climática provocada por el hombre empezara a perjudicar a la creación en todo el mundo.

Sin embargo, al mirar algunas de sus obras a través de la lente de la emergencia climática y con las enseñanzas del Papa Francisco y del Papa Benedicto XVI, las pinturas de Goya pueden ayudarnos a todos a discernir el camino a seguir.

Monseñor Fernando Chica Arellano, observador permanente de la Ciudad del Vaticano ante la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación, analizó tres de los cuadros de Goya –Perro semihundido, El coloso y Duelo a garrotazos– a través de la estructura ver, juzgar, actuar de la Doctrina Social de la Iglesia.

1820 – 1823. Método mixto sobre mural transferido a lienzo. Derechos de autor: Museo Nacional del Prado

Ver: “El perro mira asustado hacia un horizonte que no comprende y, al mismo tiempo, parece hundirse en la tierra. Todo en el cuadro transmite tristeza, soledad y temor. Aunque no logramos identificarlo bien, da la impresión de que el perro reconoce algún tipo de amenaza externa que, a la vez, le atenaza interiormente”. escribe Mons. Arellano.

Juzgar: El cuadro parece mostrar una atmósfera indeseable, similar a la de las parcelas de todo el mundo que están cambiando a medida que se agrava la crisis climática y aumenta la velocidad de la desertificación, es decir, la degradación de la tierra en las zonas áridas, semiáridas y subhúmedas secas.

“El calentamiento originado por el enorme consumo de algunos países ricos tiene repercusiones en los lugares más pobres de la tierra, especialmente en África, donde el aumento de la temperatura unido a la sequía hace estragos en el rendimiento de los cultivos” (LS 51).

Actuar: Mons. Arellano nos anima a todos a no limitarnos a mirar lo que ocurre. Deberíamos dedicar tiempo a pensar en los niños, las familias y las comunidades afectadas y a considerar las causas profundas de la crisis climática.

Como dijo el Papa Benedicto XVI en su misa inaugural: «Los desiertos exteriores se multiplican en el mundo, porque se han extendido los desiertos interiores».

1818 – 1825. Óleo sobre lienzo. Derechos de autor: Museo Nacional del Prado

Ver: «Una gigantesca figura con forma humana asusta a la población, que se ve obligada a un dramático movimiento migratorio. Familias y comunidades enteras huyen de una amenaza tangible, que en principio parece aludir a la guerra, pero que bien puede representar los efectos del cambio climático y de la desertificación», escribe Mons. Arellano.

Juzgar: La emergencia climática ya está obligando a la gente a evacuar sus hogares, y está forzando a otras comunidades a tomar decisiones difíciles, sino imposibles: ¿permanecer en casa y arriesgar nuestro bienestar, o partir hacia lo desconocido con la esperanza de una vida mejor?

En 2019, según el Centro de Monitoreo de Desplazamientos Internos, casi 1.900 desastres causaron 24,9 millones de nuevos desplazamientos en todo el mundo.

“Es trágico el aumento de los migrantes huyendo de la miseria empeorada por la degradación ambiental, que no son reconocidos como refugiados en las convenciones internacionales y llevan el peso de sus vidas abandonadas sin protección normativa alguna” (LS 25).

Actuar: El desplazamiento forzoso de casi 25 millones de personas no está ocurriendo por casualidad, escribe Mons. Arellano. Por eso debemos unirnos y trabajar contra la emergencia climática para que todos nuestros hermanos y hermanas tengan un lugar en la creación al que llamar hogar.

1820 – 1823. Método mixto sobre mural transferido a lienzo. Derechos de autor: Museo Nacional del Prado

Ver: «Encontramos a dos hombres luchando en un enfrentamiento físico, directo y violento».

Juzgar: Mons. Arellano escribe que el cuadro es útil porque nos muestra lo que no debemos hacer. Mientras la emergencia climática perjudica a la creación, no debemos volvernos unos contra otros, como han hecho los hombres del cuadro de Goya.

«Debemos, por el contrario, ser conscientes de que nuestro destino es común», escribe Arellano.

Por eso, el mundo se reúne cada año el 17 de junio, Día Mundial de Lucha contra la Desertificación y la Sequía, para concienciar, redoblar los esfuerzos internacionales y ayudar a cuidar los ecosistemas de las tierras secas del mundo, que cubren un tercio de la superficie terrestre.

Estos ecosistemas son increíblemente vulnerables a la explotación, y «la pobreza, la inestabilidad política, la deforestación, el pastoreo excesivo y las malas prácticas de riego» pueden empeorar el estado de la tierra, según la ONU.

Trabajos de reforestación en Indonesia. Foto de James Anderson/World Resources Institute.

Los ecosistemas de las tierras secas también corren el riesgo de deteriorarse en un planeta más cálido. A medida que la actividad humana produce más y más emisiones de gases de efecto invernadero, se evapora más humedad de la Tierra, creando condiciones más secas.

Arellano propone ocho soluciones prácticas al problema, entre ellas proyectos de reforestación, cultivo de árboles en terrazas y estabilización de dunas.

«Dios nos ha unido tan estrechamente al mundo que nos rodea, que la desertificación del suelo es como una enfermedad para cada uno, y podemos lamentar la extinción de una especie como si fuera una mutilación. No dejemos que a nuestro paso queden signos de destrucción y de muerte que afecten nuestra vida y la de las futuras generaciones», escribió el Papa Francisco en la Evangelii Gaudium.

Actuar: «Es imprescindible dar nuevos pasos, aunar voluntades, implicar a los gobiernos, a la comunidad internacional, a las instituciones académicas y de investigación, a los actores de la sociedad civil y al sector privado», escribe Arellano.

Y lo que es más importante, todos nosotros podemos experimentar una conversión ecológica en la que asumamos nuestro papel en la creación, no como su explotador, sino como su guardián y custodio.

“Cada comunidad puede tomar de la bondad de la tierra […] pero también tiene el deber de protegerla y de garantizar la continuidad de su fertilidad para las generaciones futuras” (LS 67).