
Por Christina Bagaglio Slentz
El inquieto itinerario vital de san Agustín es una historia de «arrebatos», que se acerca cada vez más a Dios y refleja los valores agustinianos de unidad, verdad y amor caritativo. El camino de Agustín hacia la conversión, sin embargo, no es en absoluto «bonito» y debería darnos a todos la esperanza de que nosotros también -a pesar de todas nuestras imperfecciones- podríamos llegar algún día a la grandeza si nos atrevemos a confiar en nuestra capacidad, concedida por Dios, de llegar a ser lo que todavía no somos.
Aunque muchos están familiarizados con la notoria vida de Agustín antes de su conversión, con vino, mujeres y una serie de tentaciones irresistibles, así como con los esfuerzos de su (verdaderamente) santa madre para rezar por su salvación, el influyente papel de la creación en su formación en la fe es menos conocido, pero podría decirse que sitúa a Agustín como un excelente candidato a santo patrón de los negadores del clima convertidos en ecoespiritualistas.
Como brillante académico, Agustín era intrínsecamente escéptico, lo que no es necesariamente malo. Más bien, su búsqueda desesperada de la verdad y su propensión al cuestionamiento crítico lo impulsaron tenazmente hacia adelante, alimentado por unas expectativas benditamente altas y una demanda insaciable de explicaciones bien razonadas. Al igual que muchos escépticos, la insatisfacción de Agustín con los sistemas de creencias en boga de la época nacía de su deseo más íntimo de creer; anhelaba profundamente respuestas satisfactorias que le aportaran paz.
Lo único que le frenaba era él mismo.
Como lo hizo Agustín, convierte tu corazón a la ecoespiritualidad en este Tiempo de la Creación
A pesar de su creciente conciencia de la verdad del cristianismo, Agustín admitió abiertamente su falta de voluntad para conceder un principio clave de la fe, rezando al Señor: «Dame la castidad y la continencia, pero todavía no». Adicto al consumo de placeres, Agustín no podía ver la alegría de adherirse a lo que cada vez más sospechaba que era la verdad que buscaba.
Animado por el compañerismo de los conversos -¿acaso no lo somos todos?-, Agustín «se las arregló con un poco de ayuda de sus amigos» y con una misteriosa voz infantil, que escuchó en un momento de profunda crisis, atrayéndole hacia una línea de la Escritura de San Pablo que amonestaba precisamente el extravío al que Agustín se había aferrado y animaba, más bien, a una vida en Jesucristo.
Agustín se rindió.
Tras su conversión y ordenación, Agustín profundizó en el estudio de la creación, adoptando enfoques tanto literales como alegóricos en su interpretación del libro del Génesis. A través de su análisis bíblico y sus observaciones del mundo, Agustín amplió su comprensión de Dios, la Trinidad, el tiempo, la relación entre el cielo y la tierra y la intención de Dios para la humanidad.
Habiendo reconocido que Dios existe fuera del tiempo y, por lo tanto, es inmutable, Agustín concluyó que el tiempo nace del cambio terrenal, que se despliega como resultado de las semillas seminales plantadas en nuestro mundo al principio de la creación, dando posteriormente la oportunidad de nuestro crecimiento, desarrollo y transformación. En este don del tiempo, se nos invita a ver, creer y parecernos más a Dios.
Como Agustín atribuye la creación a la voluntad de Dios -un acto elegido y realizado por la bondad-, este don y esta invitación reflejan el amor de Dios por nosotros y el deseo de que respondamos con amor a cambio. Este posicionamiento eco-espiritual de la creación en el centro de la dinámica de una relación amorosa con Dios sugiere que una vez que Agustín abandonó su visión egocéntrica de una «vida buena», fue libre de ver la verdadera bondad en todo lo que le rodeaba, material y espiritualmente, y de responder a la llamada amorosa de Dios a la relación y la comunión.
Sigue los pasos de San Agustín en este Tiempo de la Creación
Del mismo modo, cuando nos liberamos de los placeres consumistas que oscurecen nuestra plena visión de Cristo resucitado en todo lo que nos rodea, encontramos una paz interminable en nuestra interconexión espiritual con toda la creación y escapamos de la inquieta e interminable búsqueda de la efímera recompensa terrenal. Por lo tanto, aquellos que luchan con el escepticismo de la devastación ambiental causada por el hombre, bloqueados de ver la verdad en aras de su propia adicción al consumo y a la comodidad material, podrían encontrar en Agustín un modelo a seguir para la promesa de la eco-conversión y la transformación.
Por las veces que elegimos no ver a nuestro Señor Resucitado en toda la creación y no vivimos en unidad con nuestros hermanos y hermanas de nuestra casa común, San Agustín, ruega por nosotros.





