El Adviento 2025, tiempo litúrgico de espera vigilante y gozosa, nos invita a renovar nuestra esperanza y a preparar el corazón para la venida del Señor.

En efecto, a lo largo de este año, toda la Iglesia ha sido llamada a emprender una peregrinación de esperanza. El Jubileo de 2025 nos ha recordado que la esperanza cristiana, arraigada en el amor de Dios, jamás decepciona (Rom 5,5).

En este mismo espíritu, la Conferencia Brindando Esperanza reunió a líderes religiosos, sociales, científicos y políticos para celebrar el décimo aniversario de Laudato Si’ y el Acuerdo de París. Juntos renovamos el compromiso de cuidar nuestra casa común y de avivar la esperanza ante los desafíos de nuestro tiempo.

Un corazón abierto a esta esperanza puede escuchar la llamada a la conversión que resuena en el clamor de la tierra y de los pobres (Laudato Si’ 49). En medio de la crisis social y ambiental que sacude nuestra casa común, el Adviento nos llama a mantener viva la esperanza. Por lo tanto, vivir este tiempo en el espíritu de Laudato Si’ significa abrir los ojos, convertir el corazón y colaborar con Dios en la renovación de toda la creación.

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El misterio de la Encarnación y la Creación

Una clave para entender la relación entre el Adviento y la espiritualidad ecológica se encuentra en el misterio que nos preparamos a celebrar: la Encarnación. Este acontecimiento revela una profunda comunión entre Dios y la creación. “El Hijo, a través del cual todo ha sido creado, se unió a esta tierra cuando se formó en el seno de María” (Laudato Si’ 238). En Cristo, Dios abraza la vida del mundo.

El Adviento nos dispone para contemplar precisamente este misterio: “El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1,14). La creación, don de Dios, encuentra todo su pleno sentido en Cristo, en quien todo se reconcilia. Su venida manifiesta el amor de Dios que acompaña la historia humana y la conduce, junto con toda la creación, a su plenitud.

La creación y la salvación son un solo acto que Dios realiza a través de la vida, muerte y resurrección de Jesús. La plenitud del misterio de Cristo, cuando «Dios sea todo en todos» (1 Cor 15,28), es la meta hacia la que avanza toda la Creación (Laudato Si’ 83, 100). Si el mundo entero está destinado a ser renovado, nuestra espera vigilante no puede ser pasiva. La venida de Cristo nos invita a colaborar en la obra creadora de Dios.

La liturgia del Adviento nos invita a vivir algunas actitudes esenciales para toda vida cristiana: la conversión, la vigilancia y la esperanza.

Conversión: preparar los caminos del Señor

“¡Preparen el camino del Señor; abran sendas rectas para él!” (Mt 3,3)

La llegada del Señor nos llama a la conversión. Convertirse es cambiar de dirección y orientación, transformar nuestra manera de pensar. Preparar los caminos del Señor significa también sanar la tierra herida, enderezar lo que impide la comunión con Dios, con los demás y con la creación.

Se trata de cambiar el corazón y la vida para que la llegada del Señor transforme nuestra manera de habitar el mundo: pasando del dominio al cuidado, de la indiferencia a la compasión, del consumo excesivo a la sobriedad agradecida.

Vigilar y discernir: despertar del sueño

“Ya es hora de despertar del sueño.” (Rom 13,11)

El Adviento nos llama a mantenernos despiertos. En este sentido, la vigilancia implica cultivar una mirada atenta, capaz de descubrir la presencia de Dios en nuestro mundo y desafiar las estructuras de pecado. Esta atención es necesaria para no ser sorprendidos por la cultura del descarte y el paradigma tecnocrático que impulsa la degradación ambiental y la desigualdad social.

La vigilancia cristiana se hace profética cuando combina la contemplación y la acción. El tiempo de Adviento ofrece un marco fértil para esta combinación, invitando tanto a la contemplación serena como a la esperanza activa.

Esperanza: ¡Ven Señor Jesús!

“Una virgen quedará embarazada y dará a luz un hijo, a quien llamarán Emmanuel, que significa ‘Dios con nosotros’.” (Mt 1,23)

La esperanza está fundada en el Dios que en Cristo ha mostrado su fidelidad (cf. 2 Cor 1,20). Vivimos con esperanza porque “sabemos que las cosas pueden cambiar” (Laudato Si’ 13) y porque “la injusticia no es invencible” (Laudato Si’ 74). Esta esperanza no es un sentimiento pasivo e individual; es profundamente colectiva y activa, y sirve de antídoto contra el desaliento y el fatalismo. Toda la Iglesia vive en esta espera gozosa clamando “¡Ven, Señor Jesús!” (Ap 22,20).

Durante el Adviento la Iglesia recuerda la primera venida de Cristo y renueva el anhelo de su segunda venida. Dios siempre viene a la humanidad, trayendo la salvación y la renovación de la vida. “Junto con todas las criaturas, caminamos por esta tierra buscando a Dios” (Laudato Si’ 244). La invitación es a esperar con alegría la plenitud de su Reino de justicia, paz y armonía con toda la creación.

¿Cómo vivir este camino en nuestro día a día?

Podemos vivir cada momento ordinario del Adviento como un paso de conversión ecológica. Para eso, te invitamos a emprender la “Peregrinación de Adviento: Recorriendo el camino de las virtudes Laudato Si’” (insertar link). Se trata de vivir el Adviento como una peregrinación en el corazón, donde cada paso es una oportunidad para alabar, dar gracias, cuidar y vivir con humildad y sencillez.

Encuentra la Guía Completa de la Peregrinación de Adviento y más recursos aquí

María, Madre de la Esperanza

María, Madre de la Esperanza, es el modelo de la espera del Adviento. Su visita a Isabel ejemplifica la espera en compañía: una espera alegre, servicial y llena de fe. Ella acoge la promesa de Dios y la hace fecunda en el mundo.

Caminemos junto a María hasta el pesebre. Allí, en humildad y silencio, renace la esperanza. El corazón se llena de asombro ante el misterio de un Dios que elige nacer en la sencillez y fragilidad de la creación. En el pesebre, todo vuelve a encontrar su sentido: en ese nacimiento, toda la creación se renueva.