Cómo la creación nos ayuda a profundizar nuestra fe trinitaria

 

Hoy vamos a contemplar el misterio de la Santísima Trinidad desde 3 libros como referencia: el libro de Génesis, el libro de la carta de San Juan, y el libro de la creación. Como nos recuerda el Papa Francisco en Laudato Si’: «San Francisco, fiel a la Escritura, nos propone reconocer la naturaleza como un espléndido libro en el cual Dios nos habla y nos refleja algo de su hermosura y de su bondad” (LS 12). ¡Qué lindo pensar en la creación como un libro en el cual Dios se revela!

Vamos a contemplar entonces cómo la creación está presente en los relatos de la creación en Génesis y en el prólogo de San Juan, ayudándonos a entender más de la dinámica de la Santísima Trinidad. 

Para esto, es importante tener en cuenta algo sobre la historia de la teología trinitaria en nuestra Iglesia. Especialmente a partir del Concilio Vaticano II, hay un esfuerzo especial en la teología trinitaria para recuperar nuestra comprensión de la Trinidad desde su aspecto Trino, porque por mucho tiempo en la historia de la Iglesia en el occidente el enfoque era en cada una de las personas trinitarias por separado. Tenemos muchos estudios sobre la cristología (teología sobre el Hijo) y pneumatología (teología sobre el Espíritu Santo), que evidentemente son importantes y necesarios, pero todo esto siempre debe ser vinculado a la unidad de la Trinidad. 

Si pensamos en el Padre, Hijo y Espíritu Santo desde la dimensión Trina, recuperamos la noción de que Dios es una comunión dinámica de amor entre tres personas y, por esta razón, no es un Dios absoluto estático, rígido, lejano, sino que un Dios absoluto en el amor, que se revela y que se acerca a la humanidad y la creación. El Hijo es en el Padre y el Padre en el Hijo, así como el Espíritu es en el Hijo y el Hijo en el Espíritu, y el Padre es en el Hijo y en el Espíritu, y así por delante, es lo que en la teología se llama “pericóresis”, una hermosa danza trinitaria de amor, una dinámica de comunión. Desde este punto entramos en nuestra reflexión sobre como la creación nos ayuda a profundizar la fe en la Santísima Trinidad.

Primer libro: el Génesis

Empecemos con el libro de Génesis. Es importante decir que hay dos relatos distintos de la creación en Génesis. Primero, Gn 1,1-2,4a, es donde leemos la historia de la creación desde una perspectiva procesual, una visión macro de la creación de todo el cosmos. Vemos cómo Dios crea todo en un proceso de 7 días, es un Dios creativo, creador, dinámico, crea todo el cosmos con el don de su palabra. Mirando esta narrativa como un proceso y señal de la supremacía de la bondad de Dios, que decide crear todo de la nada solo por amor y para el amor, este proceso ya empieza a mostrar el cosmos como un proyecto de comunión e interrelación.

El segundo relato de la creación en Génesis, Gn 2,4b-3,24, es donde tenemos una visión micro de la creación, donde Dios es un personaje en la narrativa que tiene características muy humanas. Dios es el jardinero que crea el bosque y los frutos y las plantas, es el alfarero que trabaja con sus manos para agarrar el barro y crear el ser humano, es el cuidador que crea los animales para estar junto a adam, el término en hebreo que significa humanidad. 

En esta narrativa donde existen varios personajes, vemos todavía más la comprensión de que Dios es un Dios prójimo, cercano, que se hace historia junto con su creación, se mezcla y se pone en una dinámica relacional con sus creaturas. Y la creación de la humanidad, adam, que luego se distingue como hombre y mujer, es esa complementariedad de hombre y mujer que es llamada a ser imagen y semejanza de Dios. 

Si creemos que Dios es comunión del Padre, Hijo y Espíritu, desde el principio toda creatura de la creación tiene inscripto en su esencia esa misma dinámica de comunión – a esto somos llamados, a vivir la dinámica del amor de Dios. Si somos creados a imagen y semejanza de ese Dios que es relación de amor y que se hace muy humano, somos llamados a “labrar y cuidar” (cf. Gn 2,15) en esa dinámica de amor y de estar en comunión con toda la creación.

Los dos relatos de la creación hoy nos ayudan a pensar como en la historia de la Iglesia siempre hubo mucha devaluación del cuerpo, de la tierra, de la materia, como si no fueran tan importante cuanto Dios y como si Dios fuera lejano de la creación, soberano en el sentido de estar lejos de la tierra y lejos de la materia. 

Necesitamos más que nunca recuperar la integralidad del espíritu y materia para superar ese dualismo tan presente en nuestra historia de la Iglesia y del mundo, porque las cosas terrenales siempre fueron desvalorizadas aunque son don del poder creador de Dios. Es fundamental recuperar la valorización de la tierra, del cuerpo, de la materia, para entender mejor cómo Dios no es un Dios lejano, sino cercano, siempre poniéndose al servicio de la creación para compartir el amor con todo lo que creó. 

La creación es un gran proyecto de comunión de amor, como reflejo de la comunión trinitaria, de la cual nosotros somos parte. Como nos dice Papa Francisco, “Olvidamos que nosotros mismos somos tierra (cf. Gn 2,7)” (LS 2).

Segundo libro: el evangelio de Juan

Podemos ahora hacer el puente con el prólogo de San Juan (Jn 1, 1-18). Si Dios es esta comunión de amor, cada persona con su particularidad, pero una sola esencia que es Dios, hablar de la creación es también hablar de la salvación. 

Si creemos en el Padre que es creador, siendo un Dios absoluto dinámico, entonces la creación siempre está sucediendo, porque Dios siempre es creador, siempre está creando. Si creemos que el Hijo es el Redentor, en esta dinámica de un absoluto que es dinámico, entonces siempre está redimiendo, y así la Redención también es absoluta y dinámica; Él nos salvó una vez por todas en la cruz y resurrección, pero también siempre nos salva y redime porque Dios está más allá del tiempo y el espacio. Y si creemos que Dios Espíritu es el Espíritu que nos une y santifica, también siempre nos une en esta dinámica trinitaria que de la nada decide crear todo simplemente por amor y para el amor. La creación es un acto constante de la redención para la unión y santificación en el amor.

Sobre el prólogo de San Juan, Papa Francisco nos dice en la Laudato Si’: «Para la comprensión cristiana de la realidad, el destino de toda la creación pasa por el misterio de Cristo, que está presente desde el origen de todas las cosas: «Todo fue creado por él y para él » (Col 1,16) [80]. El prólogo del Evangelio de Juan (1,1-18) muestra la actividad creadora de Cristo como Palabra divina (Logos). Pero este prólogo sorprende por su afirmación de que esta Palabra «se hizo carne» (Jn 1,14). Una Persona de la Trinidad se insertó en el cosmos creado, corriendo su suerte con él hasta la cruz. Desde el inicio del mundo, pero de modo peculiar a partir de la encarnación, el misterio de Cristo opera de manera oculta en el conjunto de la realidad natural, sin por ello afectar su autonomía» (LS 99).

Dios, supremo y absoluto, se hizo totalmente cercano al hacerse carne, cuerpo, se hizo Verbo. La promesa de la salvación para toda la creación, desde la intención divina constante para crear, salvar y unificar, es también un llamado para ser cercanos como el Hijo lo fue, meternos en todo lo que es más humano, encarnarse en la realidad reconociendo todo lo bueno y malo con que vivimos para también descubrir caminos para traer todo a la comunión de amor que es la señal de la salvación y del reino de Dios aquí y ahora. Así podemos ser no sólo imagen y semejanza de Dios como señal de la dinámica de amor y comunión, sino también como co-creadores de un mundo más fraterno.

Tercer libro: la creación en lo cotidiano

De este modo, somos llamados a reconocer las pequeñas resurrecciones de cada día en lo más cotidiano de nuestras vidas. Cosas sencillas del cotidiano, como nos dice Santa Teresa D’Ávila, doctora de la Iglesia, que es posible encontrar a Dios en las ollas, tenemos siempre la posibilidad de contemplar cómo Dios está presente en nuestras vidas a cada momento, revelándose en los elementos naturales de la creación. Dios siempre está en algo de la creación y en algo de mi relación con la creación, porque todo está conectado en ese contexto macro y cósmico de la intención divina de comunión para toda la creación.

De la misma manera que el cuerpo de Jesús de Nazaret revela y concretiza la acción de Dios en el mundo, porque toca, siente, habla, sufre, bebe, come, redime el cuerpo, también el nuestro cuerpo es capaz de sentir, aprender y encarnar la fé. «El Señor podía invitar a otros a estar atentos a la belleza que hay en el mundo porque él mismo estaba en contacto permanente con la naturaleza y le prestaba una atención llena de cariño y asombro» (LS 97). Su manera de relacionarse con la creación y con los elementos de la Tierra, y de relacionarse con las personas en su entorno, todo lo que es la presencia del cuerpo de Jesús-Cristo en la creación es también revelación de Dios. 

Rescatar la comprensión de la valorización del cuerpo, de la tierra, y como todo esto nos ayuda a contemplar más como la Santísima Trinidad se revela en nuestro cotidiano, en nuestras relaciones, en nuestros trabajos, nuestras luchas. Así nuestro cuerpo es capaz de ser acción de Dios en el mundo. Ser acción del cuidado de la creación y señal de la dinámica trinitaria. 

La propia creación también es un libro a ser interpretado, contemplado, leído. Nos queda entonces el llamado a pensar: ¿cómo estamos leyendo a la naturaleza, nuestra casa común, la creación? ¿Y cómo este libro de la creación nos revela algo de la dinámica trinitaria?