«Hacia el encuentro» Adviento
3º Domingo de Adviento – AñoC
Lucas 3,10-18

El Evangelio de este tercer domingo de Adviento continúa después de unos versículos del pasaje del domingo pasado, en el que se presentó a Juan el Bautista. Ahora vemos a la multitud dialogando con el profeta. Este diálogo continúa con esa «raza de víboras» que utiliza Juan, la invectiva hacia los hombres » engendrados por las víboras», hijos de la serpiente, de la mentira. Nuestro mundo está poblado por el mal, por los hijos de las tinieblas, por la mentira. Después de decir que todo hombre verá la salvación de Dios, Juan el Bautista saca a relucir el mal, el clamor de la Tierra y de los pobres.

Y por eso la gente, escandalizada por estas palabras, empieza a cuestionar al profeta. El profeta no tiene la tarea de predecir el futuro, sino que ayuda a la gente a entender el presente, a dar sentido a las contradicciones del mundo.

Tres categorías de personas interrogan a Juan Bautista: las multitudes, es decir, la gente común; los recaudadores de impuestos, es decir, los que se enriquecen con los impuestos, odiados por todos; y los soldados, es decir, la expresión de las armas, la violencia. Todos se preguntan: «¿Qué hacemos?»

La misma pregunta que nos hacemos todos los días, en nuestros errores, en nuestras dudas, en nuestra libertad. Los animales no tienen libre albedrío, actúan por instinto y nunca se equivocan. Las personas, en cambio, se encuentran en una encrucijada todos los días, y más de una vez. Inteligencia y voluntad para entender «qué hacer».

Las respuestas de Juan parecen mínimas, casi banales: llevar una túnica, no robar demasiado, no ejercer la violencia. Parecen respuestas obvias, casi esperamos que un «excéntrico» como el profeta que comía saltamontes y se vestía con pieles salvajes deba ser más revolucionario, alguien que se oponga con vehemencia al poder.

En cambio, las respuestas socavan nuestro modo de vida: vestir y comer, necesidades primarias, donde se puede experimentar una nueva economía de la fraternidad. Se acabó el «a cada uno lo suyo», en el que la ley la impone quien gana, mediante el dinero y las armas. Este concepto de justicia es negado por Juan: quien tenga dos túnicas, que dé una a su hermano. Aquí está la justicia de Dios, incomprensible para la gente.

Vive con sobriedad, no acapares. Los bienes del planeta son para todos, no han de ser utilizados para dividirnos, sino que han de servir para crear una verdadera comunión. ¿Por qué hacer guerras para acumular petróleo, para devorar los recursos del planeta y defendernos de los demás para poseer tanta riqueza? Cuando aprendamos esto, ¡el mundo cambiará!

Juan no impugna los impuestos, ni siquiera el dominio romano que podría asegurar la justicia, ¡pero pide que los impuestos sirvan para el bien común! Además, las armas pueden ser «correctas» si sirven para mantener la justicia.

San Francisco consigue ir aún más lejos cuando se refiere a Cristo y a su mensaje integral: 

El Señor manda en el Evangelio: «Tened cuidado, guardaos de toda malicia y avaricia y guardaos de las solicitudes de este mundo y de los afanes de esta vida». Por lo tanto, ninguno de los hermanos, dondequiera que esté o vaya, lleve o reciba dinero o moneda de cualquier manera, o haga que se reciba, ya sea para ropa, ya sea para libros, ya sea como precio de cualquier trabajo, ya sea por cualquier motivo, si no es por la manifiesta necesidad de los hermanos enfermos. Porque no debemos tener más uso y estima del dinero y de la moneda que de las piedras. Y el demonio procura cegar a los que lo desean o valoran más que a las piedras. Cuidemos, pues, de no perder, después de haberlo dejado todo, el reino de los cielos por una nimiedad semejante» (Fonti Francescane 28, colección de escritos originales de San Francisco y Santa Clara).

¿Qué hacer? En este Adviento se abren las preguntas sobre nuestra economía, sobre los bienes, sobre el poder. ¿Realmente queremos el bien común? ¿Una economía de la fraternidad? ¿Lo queremos realmente?

Juan tiene mucho éxito y se preguntan si es el Mesías. Su respuesta es estupenda: Yo os bautizo en agua, signo de muerte; el que venga después de mí os bautizará en Espíritu y fuego, signo de vida. Dios plenifica nuestra humanidad saliendo al encuentro de nuestro límite, mediante su juicio, eliminando el mal.

El abanico sopla la cizaña, lo superfluo, y salva el grano. Por el contrario, con el tamiz hacemos la operación contraria. Nos fijamos en los defectos del otro. Sigamos, pues, caminando hacia ese encuentro, con el deseo de un mundo verdaderamente mejor, iluminado por la Palabra de Dios. ¡Feliz tercer domingo de Adviento!