«Hacia el encuentro» Adviento
1er Domingo de Adviento – Año C
Lc 21,25-28.34-36

Hoy comienza este camino hacia el encuentro, hacia la cueva de Belén. El Evangelio de este domingo nos habla de acontecimientos catastróficos, algo muy raro de encontrar aquí, al comienzo del periodo navideño, hecho de bellas luces y belenes.

Cuando se habla del «fin del mundo» se tiene un concepto equivocado: no se trata de la catástrofe final, sino que si lo pensamos, el mundo tiende a acabarse desde el momento en que fue creado. Porque desde la condición de perfección de la creación, el mundo, corruptible, tiende cada vez más a degradarse a causa del mal, entendido en sus formas más amplias. Pero incluso en el mal, en la prueba, en la cruz, debemos ser buenos buscadores de la luz. El amor. La vida eterna.

Así es quizás como debe leerse el Evangelio que abre el Adviento de este año. Los mismos acontecimientos pueden verse de dos maneras: o bien resignarse al mal, o bien acoger la cizaña pero hacer crecer el trigo. Esta es la invitación en este momento, caminar hacia la cueva.

No se trata, pues, de una catástrofe, sino del encuentro con nuestro Creador, la vuelta a casa, nuestra casa común. Por eso, las señales del cielo no deben asustarnos, sino animarnos. Son como las bodas, cantadas en el último libro de las Sagradas Escrituras, tanto para los judíos con el Cantar de los Cantares, como para los cristianos con el libro del Apocalipsis. En ambos casos, las Escrituras se cierran con una historia de bodas, una celebración.

Este pasaje de Lucas habla de la boda. El encuentro con Dios que tiene lugar ahora no está en un futuro indefinido. Ahora puedo vivir el amor, esta es la » segunda muerte » del Cántico de San Francisco. Hay un contrapunto: por un lado todo se derrumba, como el planeta que vemos derrumbarse ahora, la angustia, y por otro lado, Cristo que viene triunfante. Los signos son lo contrario del acto creador del Logos, el caos opuesto al cosmos. Estamos en el medio, suspendidos, en el miedo, sin salida, en la precariedad.

La ciencia, la filosofía, la política, deberían ayudarnos a encontrar una salida, a escapar, pero el fondo del drama es el caos interior, los desiertos interiores, el pesimismo, la certeza de que no hay más salida, nuestro miedo. Por miedo destruimos el bien, destruimos el planeta, resignados.

Los poderes del cielo se trastornan, como en la cruz, cuando nuestra idea de Dios se derrumba, cuando estamos decepcionados y sin certezas. Cuando Dios se deja encontrar en el clamor de los pobres, de los frágiles, de los últimos, nos decepcionamos y no le entendemos.

¿Qué pasará en toda esta oscuridad? Cristo no llega «después de estas cosas», sino que el texto dice «y entonces verán…» al hijo del hombre. Esta expresión, retomada por Daniel, única definición de sí mismo que da Jesús, nos dice que será visto por los hombres en el momento cumbre de su esencia, cuando cuelgue de la cruz. Dentro del mal, por encima de la cruz, es precisamente allí donde podemos contemplar a Dios que sostiene todo el mal, perdonando a todos. Dios no es como lo imaginamos en los escenarios apocalípticos, como el juez que condena, sino el que perdona los pecados, el Señor del sábado, el que come y bebe con los pecadores, el que tendrá que sufrir a manos de los hombres, el que se rinde en manos de los pecadores.

¿Cuál es la gloria? Precisamente en la cruz Dios se revela como padre y madre, se revela como el que acoge, el que genera vida, el que ama. Viene sobre una nube que nos recuerda el éxodo, la nube de la que salió la luz hacia la libertad, la nube de la Transfiguración. Debemos ser buenos para encontrar esa nube ahora, en este mundo, no en un mundo futuro ideal, en un paraíso futuro fuera de esta realidad.

¡Cuánta luz, en estos primeros pasos del Adviento! Estamos llamados a mirar hacia arriba, a vivir como hombres libres, sin miedo, a velar por este frágil planeta que sufre injusticias, a estar atentos, a no perder el rostro de Dios, ¡este maravilloso espectáculo! Pedir a Dios que nos libere del mal:

«Consideremos todos los hermanos al buen pastor, que por salvar a sus ovejas sufrió la pasión de la cruz. Las ovejas del Señor le siguieron en la tribulación y la persecución, en la vergüenza y el hambre, en la enfermedad y la tentación, y en las demás cosas; y por esto recibieron del Señor la vida sempiterna. De donde es una gran vergüenza para nosotros, siervos de Dios, que los santos hicieron las obras y nosotros, recitándolas, queremos recibir gloria y honor.» (FF 155)

Sólo así podremos cambiar el mundo, desde dentro, viviendo por fin una verdadera conversión. ¡Buen camino hacia este encuentro!