“Cristo es el corazón del mundo; su Pascua de muerte y resurrección es el centro de la historia, que gracias a él es historia de salvación” (31).

En el centro de la nueva encíclica del Papa Francisco Dilexit Nos: Nos Amó- Sobre el Amor Humano y Divino del Corazón de Jesucristo se encuentra el misterio del Sagrado Corazón de Jesús, que revela que “cada ser humano ha sido creado ante todo para el amor” (21). Este símbolo sintetiza todo el Evangelio (83), expresando “la fuente de la que brotó la salvación para toda la humanidad» (52).

El corazón es un símbolo tan poderoso porque en él reside nuestra autocomprensión más profunda. El corazón configura la propia identidad espiritual y permite la comunión con los demás (14). Este encuentro de comunión forma parte de un camino cósmico de salvación, pues todas las criaturas “avanzan, junto con nosotros…hacia…Dios, donde Cristo resucitado abraza e ilumina todo” (31, citando LS 83). En efecto, el nombre de cada uno está escrito en el corazón de Cristo, que nos conoce y nos ama profundamente, personalmente, tal como somos (115).

Sin embargo, hoy, cuando nuestro mundo se enfrenta a “guerras, los desequilibrios socioeconómicos, el consumismo y el uso antihumano de la tecnología” (31), necesitamos más que nunca recordar el “amor gratuito y cercano del Corazón de Cristo” (84). Demasiados se pierden “en medio de la vorágine del mundo actual y de nuestra obsesión por …el consumo…los teléfonos y las redes sociales”, inmersos en “un fuerte avance de la secularización” (87).

En medio de estos problemas, Jesús nos invita a encontrar nuevas fuerzas y paz: “Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados, y yo los aliviaré” (Mt 11:28). Jesús nos dice hoy como a sus discípulos: “Permanezcan en mí” (Jn 15,4): es decir, descansen en su corazón (43).

El Papa Francisco nos invita a un encuentro con el corazón de Cristo, donde aprendemos a construir en este mundo el reino de Dios de amor y justicia. Con una fe llena de esperanza, el Papa Francisco escribe que “Nuestro corazón unido al de Cristo es capaz de este milagro social” (28). Como discípulos, nuestra “la mejor respuesta al amor de su Corazón es el amor a los hermanos” (167).

El Papa Francisco advierte de cualquier espiritualidad piadosa en la que la reverencia al Sagrado Corazón de Jesús se convierta en “una experiencia religiosa íntima, sin consecuencias fraternas y sociales” (205). En cambio, nos llama a que “Seamos sinceros y leamos la Palabra de Dios en toda su integralidad”, lo que nos lleva a la “dimensión misionera de nuestro amor al Corazón de Cristo” (205).

El discipulado implica, por tanto, lo que San Juan Pablo II llamó la “dimensión social de la devoción al corazón de Cristo”. Esta dimensión social, expresada como “amor civil y político” en Laudato Si’, renueva la misión cristiana de co-creación. “A través de los cristianos, ‘el amor se derramará en el corazón de los hombres, para edificar el cuerpo de Cristo que es la Iglesia y construir una sociedad de justicia, paz y fraternidad’” (206).

En medio de los desafíos a los que nos enfrentamos, el Papa Francisco comparte una visión de la alegría cristiana en el amor de Dios derramado en Jesús, que podemos llevar a los demás y al ministerio de sanar nuestras relaciones y nuestra tierra. “No dejes de vivir la alegría de intentar comunicar el amor de Cristo a los demás […] ya que bebiendo de ese amor nos volvemos capaces de tejer lazos fraternos, de reconocer la dignidad de cada ser humano y de cuidar juntos nuestra casa común” (216-7).