Marcos 6, 30-34

Toda criatura es objeto de compasión.

El día 5 del mes presente nos enteramos de la lamentable muerte del padre Stan Swamy, sacerdote jesuita injustamente arrestado por la Agencia Nacional de la India. Su apoyo a comunidades indígenas por el  derecho a la Tierra le llevó a ser perseguido y finalmente encarcelado. En una de las entrevistas que concedió el padre Swamy dijo: «Lo que me está sucediendo no es algo único que me suceda a mí solo… los que defienden los derechos de los adivasis (indígenas), dalits (intocables) y expresan su desacuerdo con los poderes dominantes están en el punto de mira y son encarcelados. Me alegro de no ser un espectador silencioso y estoy dispuesto a pagar el precio, sea cual sea». El precio fue morir a causa de las condiciones inhumanas en la cárcel. El testimonio del padre Swamy nos hace pensar en la entrega fiel por su pueblo; como Jesús fue el pastor bueno que permaneció al lado de sus ovejas hasta el final. Con seguridad podemos imaginar un “algo” más que lo movió a dar esta respuesta. El Evangelio de este domingo nos describe a Jesús como compasión, uno de los rasgos distintivos que mantuvo con su pueblo.

EVANGELIO: Mc 6, 30-34

«Los apóstoles volvieron a reunirse con Jesús, y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado. Él les dijo: «Venid vosotros a solas a un lugar desierto a descansar un poco». Porque eran tantos los que iban y venían, que no encontraban tiempo ni para comer. Se fueron en barca a solas a un lugar desierto. Muchos los vieron marcharse y los reconocieron; entonces de todas las aldeas fueron corriendo por tierra a aquel sitio y se les adelantaron. Al desembarcar, Jesús vio una multitud y se compadeció de ella, porque andaban como ovejas que no tienen pastor; y se puso a enseñarles muchas cosas».

Jesús cambia de planes. Tenía el propósito legítimo de descansar junto a los suyos y la realidad de los otros le mueve a posponer sus planes inmediatos. Marcos resalta en esta acción la solicitud y el interés de Jesús por su pueblo. Con dos verbos describe esta respuesta: vio y se compadeció. El compadecerse expresa un movimiento surgido desde sus entrañas ante la debilidad y el desvalimiento del otro. Los expertos señalan que el verbo compadecer expresa lo mejor de los sentimientos de Jesús. El filtro de la compasión lo mueve a atender al pueblo que lo sigue “como ovejas sin pastor”, y lo hace enseñándoles. En este modo de actuar descubrimos tres claves de la compasión de Jesús: comprende, asiste y promueve (cf. EG 179). Son las mismas que han de juzgar la compasión cristiana; reconocer la postración del otro va más allá de sentir lástima sin hacer nada. La compasión nos mueve a la acción porque lo que pasa por el corazón no se queda en mero razonamiento frío y calculador. La invitación es a mirar, sentir y actuar como Jesús para no ser indiferentes ante el sufrimiento del otro. 

Algunos pensadores han ampliado la comprensión de compasión extendiéndola a todos los seres más allá de los humanos. A. Schopenhauer, por ejemplo, habla de la compasión universal como la única garantía de moralidad en las sociedades. Y L. Boff poniendo de ejemplo a San Francisco de Asís, dice que el santo no solo se compadecía de los leprosos sino también de la lombriz que no conseguía hacer un hueco en el suelo duro del camino. Por eso la sacaba, compasivo, y la llevaba a la tierra húmeda. Es decir, un corazón compasivo no hace excepción, no se limita a los seres humanos. Toda criatura es objeto de compasión, y esta actitud ciertamente nos conducirá a la paz con los demás, con los animales, con nosotros mismos y con la tierra. Como ya decía Schweitzer, premio Nobel de la paz de 1952, «mientras el círculo de su compasión no abarque a todos los seres vivos, el hombre no hallará la paz por sí mismo». Todo está relacionado, el amor que Dios tiene por cada una de sus criaturas nos une y nos mueve a la compasión con el hermano sol, con la hermana luna, con el hermano río y con la madre tierra (cf. LS 92). Del Evangelio de este domingo guardemos en nuestro corazón este mensaje: “vio y se compadeció”. Y que esta actitud compasiva la vivamos extendidamente con todas las formas de vida existentes en nuestra casa común.

Oración: Danos, Señor, esa compasión tuya que nos desinstala, que nos hace cambiar de planes, que nos permite posponernos para atender a la necesidad de los otros. Danos entrañas compasivas con todos los que habitamos en esta casa sagrada que es nuestro mundo.

Autora: Gladys De la Cruz Castañón HCJC
Hermana Catequista de Jesús Crucificado.
Licenciada en Catequética y candidata al Doctorado en Catequética por la Universidad Pontificia Salesiana de Roma.
Forma parte de la Delegación Diocesana de Catequesis en Santiago de Compostela, España.
Voluntaria en el Movimiento Católico Mundial por el Clima.