Marcos 4, 26-34

 “La mujer árbol”, así se conoce a la keniana Wangari Maathai, destacada ecologista y fundadora del Movimiento Cinturón Verde; a través del cual llegó a plantar más de 40 millones de árboles en toda África, creando más de 3000 viveros atendidos por unas 35 000 mujeres. Su labor le hizo merecedora del Premio Nobel de la Paz en 2004, siendo la primer mujer africana en conseguirlo. Todo comenzó con un sueño: llenar de árboles su país. Así, de un pequeño proyecto de platación de árboles pasó a ser, a lo largo de los años, el gran “Proyecto de la Muralla Verde”, que tiene el objetivo de frenar el avance del Sáhara hacia el sur del país e impedir su desertificación. La labor titánica de “la Mujer Árbol” no nació y se desarrolló sin dificultades. Ella misma escribió que: «hubo veces en que ni siquiera yo estaba segura de por qué seguía adelante… El servicio por el bien común quizás fuera difícil, incluso peligroso a veces, pero la Fuente (así nombraba a Dios) y los valores constituyeron poderosas fuerzas que nos mantuvieron en pie, avanzando» (M. Wangari). Esta valiosa mujer murió en el año 2011, su legado sigue vivo en el ahora conocido “Cinturón Verde” de África. Este motivante testimonio nos hace pensar en lo que Jesús nos enseña en el Evangelio de este domingo: la semilla que crece por sí sola, y la pequeña semilla de mostaza. El bien se expande sin darnos cuenta, y crece más allá de nuestras cortas expectativas.

En muchos momentos de su vida Jesús enseñó a través de las parábolas. Con esta forma literaria hablaba de la presencia (del Reino) de Dios a través de ejemplos de la vida cotidiana. De dos parábolas se sirve en esta ocasión: la primera centrada en el crecimiento del Reino sin que sepamos cómo, así como sucede con la semilla que crece por sí sola (Cf. Mc 4, 26-29). La segunda parábola, centrada en el inicio imperceptible del mismo Reino, como sucede con la diminuta semilla de mostaza (Cf. Mc 4, 30-32). En ambas parábolas encontramos la idea de Reino visto como don y tarea; Reino que podemos traducir como el bien germinal en el mundo, que exige nuestro compromiso para su desarrollo, pero también nuestra paciencia y confianza en la Providencia para su ensanchamiento. Si bien ambas parábolas nos hablan de ese “crecimiento providencial de la semilla”, la segunda, referida al pequeño grano de mostaza, nos recuerda que toda siembra, por muy insignificante que sea, al final es capaz de albergar la vida, de ofrecer cobijo y protección.

¡Qué hermosa enseñanza nos entrega Jesús hoy a quienes más de alguna vez hemos caído en el desánimo y en la tentación de claudicar en nuestros sueños y deseos de hacer el bien! Por ejemplo, ante la crisis ambiental, en no pocas ocasiones nos asalta la duda de estar en el camino correcto porque pensamos que nuestras pequeñas acciones, como cuidar el agua, la energía, etc., no aportan nada eficaz ante la enorme destrucción masiva de nuestro planeta.

Ciertamente los comienzos de todo bien sembrado siempre son humildes, casi nunca son espectaculares. El Papa Francisco nos dice: «No hay que pensar que esos esfuerzos no van a cambiar el mundo. Esas acciones derraman un bien en la sociedad que siempre produce frutos más allá de lo que se pueda constatar, porque provocan en el seno de esta tierra un bien que siempre tiende a difundirse, a veces invisiblemente» (Laudato Si’ 212). El bien germina secretamente en el corazón humano, y, por lo mismo, tenemos la capacidad de desarrollarlo con nuestro trabajo, pero sobre todo confiando en la providencia de Dios, que lo hará crecer hasta que seamos protectores de la vida. «Aprendamos a descansar en la ternura de los brazos del Padre en medio de la entrega creativa y generosa. Sigamos adelante, démoslo todo, pero dejemos que sea Él quien haga fecundos nuestros esfuerzos como a Él le parezca.» (Evangelii Gaudium, 279).

Oración: Gracias, Padre, porque nos enseñas a transformar el mundo como se transforman las obras de tus manos: brotan de lo pequeño, pero poco a poco van creciendo, aunque no lo veamos. Haznos semejantes a ti. (Revista Homilética).

Autora: Gladys De la Cruz Castañón HCJC
Hermana Catequista de Jesús Crucificado.
Licenciada en Catequética y candidata al Doctorado en Catequética por la Universidad Pontificia Salesiana de Roma.
Forma parte de la Delegación Diocesana de Catequesis en Santiago de Compostela, España.
Voluntaria en el Movimiento Católico Mundial por el Clima.