Este aporte espiritual incluye una lectura evocadora de las tres encíclicas del Papa Francisco, Lumen Fidei, Laudato Si’ y Fratelli Tutti, comentadas desde la perspectiva de la ecología integral. No habrá citas literales sino que, tomando las ideas, se presentan ecos actuales desde los objetivos del Movimiento Laudato Si’. Animamos siempre a leer directamente al Papa, por supuesto.
Laudato Si’ y Fratelli Tutti son la base de nuestro compromiso como movimiento. Por ello nos extenderemos más en la encíclica anterior a ellas, sobre la fe, para que nuestros postulados sean también dignamente arraigados en las reflexiones creyentes que el Papa Francisco compartió con su antecesor, el Papa Benedicto XVI.
Lumen fidei, La luz de la fe, es una encíclica basada en un primer texto del Papa emérito (se explica en punto 7) y escrita en junio de 2013, año inicial del Pontificado de Francisco.
Breves reflexiones sobre Laudato Si’ (2015)
- Profética, la intuición principal y necesaria es que los pobres y la naturaleza sufren un único problema con unas causas comunes.
- Apunta las causas de los desequilibrios y propone soluciones desde el Evangelio. Supone un antes y un después en la Doctrina Social de la Iglesia.
- Aparecen conceptos a profundizar, como la ecología integral, el paradigma tecnocrático o el pecado ecológico.
- Invita a una conversión ecológica y llama a los creyentes a una transformación global del mundo junto a todas las personas de buena fe.
Breves reflexiones de Fratelli Tutti (2020)
- Es necesaria la fraternidad y amistad social, en una visión del mundo ya hoy globalizada, sin descartar a nadie.
- Como San Francisco de Asís, no amar sólo la naturaleza sino antes y más a nuestros congéneres
- Derechos, deberes y dignidad igualan a todo ser humano. Conseguirlos nos da un proyecto común para la humanidad.
- El buen samaritano como parábola para nuestra presencia en el mundo. El amor abre fronteras, supera miedos y diferencias. Se materializa también en buenas políticas del bien común.
- Una nueva cultura basada en el diálogo abierto con todos, que pasa también por el perdón y la reconciliación, es la tarea de todas las religiones y el compromiso de cada católico.
Reflexiones sobre Lumen fidei (2013)
Es una encíclica sobre la fe, como ya viene dicho en el subtítulo. Consta de 60 puntos divididos en 4 capítulos que reflexionan sobre “Creer y amar”; “Creer y comprender”; “Creer y transmitir”; y “Dios prepara una ciudad para todos”.
La conversión ecológica, el bien común, que buscamos los cristianos parte de nuestra fe. La fe es luz, ilumina lo vivido, la realidad. Quien cree, ve. Jesús es la luz que ilumina una historia en tinieblas, incluida la muerte. Es interesante ver el cambio que trajo en sus primeros siglos la Iglesia, que invitó a pasar del culto pagano al sol al culto creyente en Jesús. Ello tiene un paralelismo con ciertos ambientes de hoy, neopaganos y quizás panteístas, y nos mete de lleno en la propuesta de esta encíclica acerca de nuestro protagonismo en estos tiempos.
La luz es Alguien. Decía San Justino en tiempo de persecuciones, “nadie da la vida por el sol”, pero muchos la daban ya por Cristo. Podemos situarnos así ante el desafío climático y ambiental, como creyentes en Jesús, que trae luz a este momento de crisis de nuestra humanidad del siglo XXI, como Alguien que sí tiene salvación y con quien implicarse plenamente.
En la modernidad, sin embargo, se asoció la fe al oscurantismo, al miedo a la búsqueda de la verdad. Se usó sólo la razón como luz para encontrar la realidad. Quizás hoy pagamos en nuestra crisis global esta separación de fe-razón-luz y quizás los cristianos tenemos una siempre nueva palabra de vida que aportar a nuestras cansadas y frustradas sociedades.
La fe nos abre al futuro, a la relación con el Creador de todo, a situarnos en su voluntad y su intención para este mundo degradado por nuestro egoísmo. La fe nos permite entender en las nuevas circunstancias nuestro papel en lo creado, el encargo de Dios para el ser humano. La fe nos abre de nuevo el horizonte y nos llama a la comunión, también con los demás seres vivos y el mundo.
La perspectiva sinodal que hoy vivimos está incluida en el recuerdo del origen de nuestra fe. Estar dispuestos a salir de lo conocido y fiarnos de la promesa divina, como Abraham, abrirá en nuestro siglo también los caminos nuevos necesarios de la restauración ecológica y social ¿Nos fiamos hoy del Dios que nos sostiene en estas transformaciones? La fe de Abraham obtuvo descendencia, nuestra fe hoy también generará vida abundante para el planeta, y será probada y depurada seguramente por los sacrificios que nos toque hacer.
La fe se hace pueblo, en Israel, se hace historia salvada por Dios. Como a nosotros nos toca vivir, estos tiempos nos llaman a ser pueblo, a ver sus promesas cumplidas en Cristo y a vivirlas en modo nuevo, a unirnos a muchos otros, a desenmascarar ídolos consumistas y comerciales que traen sufrimiento y falsedad, a ser mediadores, como Moisés, entre las víctimas de los desequilibrios y la Buena Noticia que les da salvación y sanación. Cristo, que da la vida por
todos, nos invita a ser creadores de vida dando la nuestra generosamente, allí hoy donde la cruz sea más dura con los pobres y con el medio ambiente. Nos lo recuerdan tantos mártires ambientales de este siglo.
La fe nos hace criaturas nuevas, nos hace reconocer que todo es recibido, que no somos dueños de nada, somos regalados y encargados del regalo a los demás. Cristo vive en mí y vive en su Iglesia, me incluye en el pueblo salvado que media para la salvación del mundo, por ello también nuestra fe nos lleva a salvar los medios de vida de todos, la casa común.
Se nos pide hoy seguir creyendo y ofreciendo la verdad de Cristo, porque nuestro mundo parece sólo aceptar la verdad tecnológica, basada en la razón científica. Alejarnos de totalitarismos y relativismos en una visión del mundo, de la casa común, que incluya la perspectiva desde Dios, que pueda meter en los discursos el amor, el dar la vida unos por otros, el buscar juntos la vida de todos, sin dejar a nadie excluido. Ver y escuchar el grito de Dios en los pobres, en la naturaleza exterminada, es nuestra vivencia más bíblica de la fe hoy.
Como se encontraron los primeros cristianos hebreos con el mundo greco latino y después con el germánico, también hoy nosotros somos enviados al diálogo con la cultura de nuestro tiempo, para llevar el fermento de Cristo y hacer germinar en ella, junto a todas las personas de buena voluntad, el Reino en medio del sufrimiento de tantos. Ahí se sitúan nuestros esfuerzos como MLS por estar en todos los areópagos donde se dialoga sobre el futuro del planeta, en los foros globales y también en nuestras familias y trabajos. No tenemos soluciones ocultas sino que junto a muchos otros, con la luz de nuestra fe, deberemos encontrar los caminos que traigan equilibrio al planeta.
Preciosa imagen, podemos asemejarnos a los pastores sencillos de Belén, que junto a los magos (nuestra gente de la ciencia y la tecnología), se acercan asombrados al Dios encarnado, vulnerable y amoroso, para arrodillarnos juntos y adorarlo, volviendo después a nuestras casas con su luz que alumbre las naciones.
Nuestro compromiso como parte del MLS es también al interno de la Iglesia. Nuestra fe es relación con hermanos y hermanas, con lenguajes concretos, amparados en el amor maternal de unos por otros (nuestra Madre la Iglesia), dando cuerpo y sabiéndonos habitados por el Espíritu Santo.
En este momento de la historia hemos sido convocados cada uno con nuestra sensibilidad ambiental, a través de la Iglesia, no como meros grupos ecologistas sino como hermanos y hermanas preocupados por la Casa Común, la herencia divina para todos. Es parte de la tradición viva de la Iglesia que hoy, siguiendo a nuestro Papa Francisco, estemos dando pasos adelante en los nuevos ámbitos de la conversión ecológica y promoviéndola.
En la fe católica podemos vivir nuestro compromiso social y ambiental en cada sacramento: en la vida nueva recibida en el bautismo, en la comunión con las personas y el cosmos de cada eucaristía, en el camino de reconciliación y corrección de nuestro estilo de vida, en el compromiso del amor encarnado y fecundo en pareja o célibe, en la docilidad al Espíritu y en la entrega ilusionada y confiada en el Creador hasta el fin de nuestros días. Nada hay en lo cristiano que no se pueda vivir en nuestra búsqueda del bien común, lo vivido en el compromiso medioambiental puede tener una expresión sacramental.
La fe nos hace respetar la naturaleza (LF 55), porque nos habla Dios en ella y porque nos la da como encargo a salvaguardar. La fe nos lleva a buscar las formas de gobierno justas que no degraden el mundo y sirvan al bien de todos. Sin fe crece el miedo y la desconfianza, tan tristemente actuales en nuestras sociedades. La fe ilumina la vida en sociedad porque pone a todo en relación a su origen y su destino, porque empuja a una creatividad nueva.
Y la fe nos ayuda a vivir en el sufrimiento, ¡cuántos nos lo testimonian! También las víctimas de la injusticia ambiental. La fe nos ayuda a encontrar sentido al sufrimiento, nos ayuda a llevarlo y nos acerca a los que sufren en todo el mundo: nadie nos es indiferente.
Bienaventurados los que creen como María de Nazaret: creemos que las promesas de Dios se cumplirán y como Ella, en estos tiempos difíciles, nos toca dejarnos fecundar por Él, aceptar sus planes para nosotros y decirle que sí cada día.