“Al atardecer decís: «Va a hacer buen tiempo,
porque el cielo tiene un rojo de fuego», y a la mañana:’
Hoy habrá tormenta, porque el cielo tiene un rojo sombrío.»
¡Conque sabéis discernir el aspecto del cielo
y no podéis discernir las señales de los tiempos!” (Mt 16, 2-3)

Hoy celebramos a Santo Tomás, uno de los 12 discípulos de Jesús, conocido como ‘el incrédulo’. Debo decir que este año, con las temperaturas extremas en mi país y en países de amigos y familiares, me di cuenta cuán incrédula había sido. Muchos creíamos que la emergencia climática era una teoría de reportes científicos y no más. 

Y ahora que el calor ha llegado a 41ºC en ciudades de España y Argentina, 53.7ºC en ciudades de Pakistán y 45ºC promedio en México, empezamos a creer que no eran noticias falsas, que realmente el planeta y nosotros estamos enfermando.

Como Tomás después de la Resurrección de nuestro Señor, nosotros también somos incrédulos:

«Los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor.» Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré.» Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro y Tomás con ellos. Se presentó Jesús en medio estando las puertas cerradas, y dijo: «La paz con vosotros.» Luego dice a Tomás: «Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente.» Tomás le contestó: «Señor mío y Dios mío.» Dícele Jesús: «Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído.»» (Jn 20, 24-29)

¿Qué más señales estamos buscando? ¿Por qué nos cuesta tanto creer? Quizá porque nos aterra y preferimos negarlo, quizá porque sentimos impotencia… o en verdad creemos que es una más de tantas noticias falsas y conspiraciones políticas y económicas. 

Sin embargo, las señales ya están aquí. Es cuestión de abrir los sentidos a los testimonios de hermanas y hermanos que están migrando por falta de agua, alimentos y seguridad. Y como Tomás necesitamos sentir sus heridas, escuchar su llanto, atender su ‘clamor’ como nos repite la Laudato Si’. 

Y no para quedarnos en la lamentación y la ansiedad -¡vaya tentación!- sino para responder a nuestra realidad sabiendo que “el mismo Espíritu que resucitó a Jesús de entre los muertos vive en ustedes” y que “el Reino de Dios ya está entre ustedes”. ¿No nos llena de esperanza esto? 

Pues así como escuchamos el clamor y desesperación de nuestros hermanos y de la naturaleza, también podemos escuchar la esperanza que Dios nos inspira siempre, para que seamos, como Tomás, testigos de esa esperanza, de resurrección, de vida. Para que salgamos del encierro de la desolación que nos causan tantas pérdidas, y vayamos a anunciar que no es el final, que no es demasiado tarde: a través de nuestro servicio, nuestro estilo de vida y nuestra actitud de cuidar la vida antes que cualquier otro interés.