
(Foto di SHVETS production da Pexels)
Jueves, 17 de abril 2025
JUEVES SANTO – AÑO C
Comentario del Evangelio
Lc 22:39-46
Entramos hoy en la culminación de la historia de la salvación con la liturgia del triduo pascual. Con el triduo pascual concluimos también este itinerario de profundización en el Evangelio, leído con la mirada sugerida por la Laudato Si’ de san Francisco y por el Papa Francisco en la Enciclica Laudato Si’, ambos tan profundamente conectados con la creación. Los invitamos a bajar el ritmo, a reservar un tiempo para profundizar y orar sobre estos versículos de la Palabra. Para ello, la lectura de los pasajes de Lucas en estos días solemnes se centra en el lugar de los hechos, todo ello inmerso en la creación. Un olivar, un monte y un huerto. Esta noche nos encontramos en el huerto de Getsemaní, en compañía de los olivos en la hora de la oración, del abandono y de la agonía de Jesús.
Getsemaní, en hebreo “gat šemanîm” significa “lagar”, un lugar donde se prensan aceitunas para hacer aceite. La prensa en la tradición judía recuerda la venganza de Dios, por ejemplo cuando el profeta Isaías dice: “El lagar lo he pisado yo solo; de los pueblos, ningún hombre estaba conmigo. Los pisé en mi ira y los hollé en mi furor” (Isaías 63,3). Hoy, a través de la experiencia de Jesús, aprendemos más sobre esta trituradora o prensa y sobre lo que es la venganza de Dios. La narración de Lucas nos describe a un hombre profundamente desvinculado de los demás, sufriendo, orando, experimentando tristeza y angustia, un “Cristo sufriente” (Cristo Patiens). Esta imagen del Cristo sufriente se aleja de la imagen del Cristo «glorioso» en la cruz, donde parece que Dios no hubiera sufrido nunca la pasión, sabiendo que resucitaría. En cambio, Lucas (y luego el arte y la cultura que se desarrollaron a partir del siglo XIII) quiere hablarnos también de la agonía, del sufrimiento, del llanto de Dios ante las dificultades.
Reaparecen muchos temas que ya hemos visto a lo largo de este camino cuaresmal en las últimas semanas, como en la escena de la Transfiguración: el diálogo Padre-Hijo, la búsqueda del rostro, la compañía de los tres apóstoles que no comprenden lo que tienen ante sí. Aquí, casi en contraste con la luz del monte Tabor, la oscuridad desciende sobre esta montaña. Es de noche y la narración de Lucas cuenta cada hora de la noche… de la captura, del juicio, del Calvario, de la soledad, del eclipse en el que a mediodía se hace de noche sobre toda la Tierra. Es una noche que dura todo el día, llena de decepción y silencio. Es la noche de la antigua Creación, que precede al amanecer de un nuevo día. Sucederá como en la primera Creación, cuando había oscuridad total y, sin embargo, con una palabra, Él creó la luz. Sin embargo, hoy entramos, después del festín en la mesa de la cena, un poco borrachos y un poco alterados, al comienzo de esta noche tan larga, en el recinto del olivar.
En comparación con los demás evangelistas, la narración de Lucas se centra en el tema de la misericordia. Su narración, en este pasaje delicadísimo en el que resplandece toda la tensión humana y divina de Jesús, nos muestra el rostro misericordioso del Padre. Jesús se preocupa por sus discípulos, más que por sí mismo, cuando les dice: “Rezad para que no sufráis la prueba”. Su pensamiento se dirige también a nosotros, que corremos el peligro de no comprender lo que vivimos o lo que tenemos delante.
“Y saliendo se dirigió, como era su costumbre, al monte de los Olivos”. Jesús sale del cenáculo, una casa hecha de muros, y a partir de este momento pasará por otros edificios y lugares de tortura, por patios abiertos y caminos, para acabar en un monte. A partir de ese momento vivirá a la intemperie, inmerso en la Creación y en el clamor que genera la justicia humana. Lucas ni siquiera menciona Getsemaní, pero nos habla del lagar (olivar) describiendo el rostro de Jesús. Todas las tardes de esta semana, Jesús se retira en oración a este mismo “lugar”, a este templo. Los discípulos también le acompañan. “Llegados al lugar”, dicho por Lucas, nos muestra precisamente el valor sagrado de este olivar, un lugar visto tradicionalmente como templo de Dios, todo lo demás era un no-lugar. Un «lugar» es el espacio de diálogo con Dios donde se reza. Jesús pide a sus amigos que “recen”, casi suplicando. Nos lo pide a nosotros en esta noche de jueves, dentro del clamor que vivimos cada día. Debemos aprender a rezar, a pedir a Dios no lo que queremos, sino lo que es bueno…. ¿Rezar para qué?
“Rezad para que no os sometáis a la prueba”. La “prueba” se refiere a todas las tentaciones que vimos al principio de la Cuaresma, en el desierto: el pan, el poder, Dios con una varita mágica, en pocas palabras la tentación de ponerme «a mí mismo en el centro», poseerlo todo, incluso las relaciones con los demás y con el planeta.La oración es fundamental en nuestro proceso de conversión ecológica; no es sólo un hábito bonito o algo que hacemos porque nos lo dice la parroquia o la diócesis, sino que es la base para no entrar en la tentación. Jesús entra en el olivar pero nos pide que no caigamos en la tentación.
“Después de alejarse de ellos como un tiro de piedra”, Jesús se distancia en primer lugar de los discípulos y busca el diálogo íntimo porque es “santo”. Detengámonos un momento en esta expresión….¿Por qué exactamente un tiro de piedra? La referencia es a la huida del rey David, perseguido por su hijo Absalón (en hebreo אַבְשָׁלוֹם, que significa «el padre es la paz»), que refugiándose en el monte de los Olivos es atacado a pedradas por una multitud. Jesús, como David, se encuentra ahora “a tiro de piedra”. Está al alcance de sus discípulos. Jesús es el cordero que se deja herir por sus discípulos. El mal más profundo es el abandono; el sufrimiento de Dios está en su soledad respecto al hombre. En la prensa del olivo de Getsemaní de esta tarde, este abandono se lleva al nivel más alto. Jesús mismo se siente abandonado por el Padre. Jesús, plenamente humano, elige vivir este inmenso drama que experimenta el hombre cuando abandona a Dios. En su caso es tanto más agudo cuanto que se trata de una laceración de la Trinidad misma y del abandono entre el Padre y el Hijo. ¡Es tal el amor de Dios por los hombres que experimenta su propia laceración!
A diferencia de los otros evangelios sinópticos, en Lucas dice: “y arrodillado, oró”, omitiendo la referencia al terror y la angustia que se destaca dramáticamente en los otros relatos. Jesús se arrodilla, mientras que la oración solía recitarse de pie. Es una oración cósmica, en estrecho contacto con la Madre Tierra, en la que Jesús llama a Dios «Abba», que significa “Papá”, palabra que nos recuerda la palabra creadora, una nueva Creación, salida de las tinieblas y del mal del mundo. En primer lugar, Jesús se distancia del mal, pide al Padre: “Abba, Padre, si es posible, aparta de mí este cáliz”, es decir, el cáliz del sufrimiento que quiere la humanidad. Dios no quiere el mal; son los seres humanos los que construyen las cruces, los que infligen sufrimiento a sus hermanos y a toda la Creación. Dios sufre este mal y, si pudiera elegir, preferiría que este cáliz le fuera arrebatado. Pero, Él también huye de la tentación de un Dios con varita mágica, tentación de poder e inmunidad, rezando, “pero no se haga mi voluntad sino la tuya”. La raíz de todo mal en el mundo está en la exclusión de Dios cuando ponemos nuestro propio ego en el centro. “Mi” voluntad excluye la voluntad de Dios, la voluntad del bien. Jesús tiene una mirada centrada tal como Francisco demostraría más tarde con su voto de no tener “nada propio”. No basta con ser pobre, sino que en la vida hay que aspirar a no tener nada propio porque la posesión es lo contrario del amor. En Getsemaní, esto se ve claramente.
Tener fe en Dios va más allá del mal y de la injusticia. La justicia, la querida «sierva» junto a la que hemos caminado en este camino de Pascua: Pensándolo bien, claro que no es justo que condenen y maten a Jesús siendo inocente, pero la gracia de Dios es aún más grande que la injusticia evidente. Una respuesta o voluntad humana habría hecho huir a Jesús; la voluntad de Dios le hace soportar el sufrimiento en el olivar. Qué gran enseñanza nos da Jesús en esta tarde de soledad, silencio y dolor “que no se haga nuestra voluntad”. A menudo nuestras oraciones egoístas piden el bien para nosotros mismos, “mi” salud, “mi” trabajo o en casos más altruistas, “nuestra” salud, “nuestros” trabajos, la victoria “de nuestras” guerras, el bienestar “de nuestras” ciudades. “Hágase tu voluntad”, como rezamos siempre en el Padrenuestro, es una “buena voluntad” para todos que supera nuestra idea de justicia. Es una gran enseñanza de Jesús en la más alta demostración de su humanidad: no era sólo Dios quien sabía de la resurrección (resucitar), sino que aquí estaba un hombre que se sentía completamente desgarrado en su relación con su padre mientras experimentaba una inmensa injusticia. En nuestras injusticias, en nuestras oraciones, sabemos que tenemos a Jesús a nuestro lado, pero Él, en cambio, estaba terriblemente solo.
El evangelio de Lucas es el evangelio de la misericordia, de la mansedumbre, y aquí lo vemos de nuevo en esta escena de angustia, oscuridad y soledad. “Y se le apareció un ángel del cielo para fortalecerle”. Hay un rayo de luz, un destello en la oscuridad, que ilumina a este hombre arrodillado a un tiro de piedra de sus amigos dormidos, un ángel que le recuerda la promesa. En esta lucha agonizante, “Estando en agonía, oraba más intensamente” Él oró. La oración, única arma que poseemos ante el sufrimiento, el mal del mundo, las guerras, las injusticias, para recordarnos que el problema no es morir (justamente o no, tarde o temprano hay que morir de todos modos), sino que el problema es vivir, sin dialogar con Dios. La oración es nuestra oportunidad de dialogar con Dios, de tener la certeza de su presencia a nuestro lado. En Jesús esto es aún más dramático porque Dios es Él mismo y en la prensa de aceitunas siente el desgarramiento de sí mismo, un dolor que nosotros mismos no podemos ni imaginar hasta el punto que “su sudor se volvió como gotas de sangre que caen al suelo”. La vida misma, que para los hebreos residía en la sangre, se desprende del cuerpo y cae sobre la Madre Tierra, como presintiendo ya la sepultura. El sudor expresa una vida activa, el trabajo, nuestro día a día, nuestras fatigas, pero aquí, en la almazara, la Hermana Agua que sale por los poros de Su piel se convierte en profecía de muerte. Jesús es “exprimido”, como las o aceitunas en la prensa de aceitunas y ve conscientemente toda la maldad del mundo que recibirá en las próximas horas. Así es la venganza de Dios tal como se nos muestra en el rostro de Jesús.
“Cuando se levantó de la oración, y vino a sus discípulos, los halló durmiendo a causa de la tristeza”. Tristeza y agonía. A tiro de piedra vemos la gran diferencia entre los discípulos y Jesús. Nuestra humanidad vive a menudo en la tristeza, ahogada en la pena y que nos impulsa a dormir. La divinidad de Jesús reside en la agonía y en la lucha, pero también en el deseo de resucitar. Lucas utiliza el mismo verbo para indicar la resurrección, un fuerte deseo de resucitar, hasta el punto de repetirlo dos veces en poco tiempo, cuando “les dijo: ‘¿Por qué dormís? Levantaos y orad para que no sucumbáis a la tentación’”. Levantaos y orad. Esto es lo que tenemos que hacer ante el mal, incluso ante el mal más injustificable. Esta es la mayor enseñanza que recibimos, en esta noche, entre los olivos del olivar cercano a Jerusalén.
San Francisco, en la maravillosa paráfrasis del Padre Nuestro, nos recuerda que: «Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo: para que te amemos con todo el corazón, pensando siempre en ti; con toda el alma, deseándote siempre a ti; con toda la mente, dirigiendo todas nuestras intenciones a ti, buscando en todo tu honor; y con todas nuestras fuerzas, gastando todas nuestras fuerzas y los sentidos del alma y del cuerpo en servicio de tu amor y no en otra cosa; y para que amemos a nuestro prójimo como a nosotros mismos, atrayéndolos a todos a tu amor según nuestras fuerzas, alegrándonos del bien de los otros como del nuestro y compadeciéndolos en sus males y no dando a nadie ocasión alguna de tropiezo (FF 270).
Feliz triduo pascual
¡Laudato si’!
Feliz Jueves Santo a todos. Os invito a compartir vuestros comentarios, con una cita del texto que habéis leído. Gracias por vuestras valiosas aportaciones