«Hacia el encuentro» Adviento
Natividad del Señor, solemnidad – Año C
Juan 1,1-18

¡Aquí estamos después de este paseo frente a la cueva de Belén! Y hoy encontramos el prólogo de Juan para iluminar este humilde espacio y hacernos comprender su misterio. Un texto decididamente exigente, a veces difícil de entender. Además, la escena de hoy es difícil de entender: Dios, en su inmensidad, ha elegido despojarse de sí mismo, asumir la naturaleza humana, ¡y ni siquiera le hemos dado alojamiento en la posada!

El prólogo nos presenta al protagonista del evangelio: la palabra. Es un himno a la palabra, ¡un poema maravilloso! ¿Qué mejor que un poema para describir la belleza, para describir la plenitud?

En el himno se presenta la Palabra en su relación con Dios, en su relación con la creación, en su relación con la historia, hasta que la palabra se hace carne, cuando vemos a Dios cara a cara, como frente a este pesebre rico en dulzura y misterio. ¿Qué es la palabra? Si lo pensamos bien, la palabra es lo que da existencia a cada persona. Sin la palabra, el hombre no existe, no se relaciona, no vive.

Lo que está en el principio es lo que también se encontrará al final, lo que nos espera. En el principio, en efecto, antes del principio no había caos, ni confusión. En el principio no había acción, no había destino. En el principio era «la palabra». El término palabra viene de «paraballo», es decir, «arrojar», con la palabra, el hombre se arroja, se expone, se ofrece, sale de sí mismo. El hombre es palabra expuesta y escuchada, respondida. Dios mismo es palabra, libertad, comunicación, amor. Quien habla no dice cosas, sino que se dice a sí mismo, si dice la verdad. De hecho, cuando dos no hablan más, es un desastre. Dios es palabra, es don.

Decir que en el principio era la palabra indica también que en el destino del hombre está la palabra. Esta palabra, sin embargo, puede ser una mentira. Por eso Francisco, que fue el primero en percibir la belleza de representarla «viva» en esta cueva, en el Cántico destaca el riesgo de la palabra, fuente de mentiras para alabar a Dios, y prefiere el uso de toda la creación al uso de la palabra. Al alabar a Dios a través de la creación, al menos no hay riesgo de ser hipócrita, falso.

En cuanto a la creación, un relato hebreo dice que el mundo fue creado con las letras del alfabeto: una forma muy inteligente de decir que el mundo es inteligible, es comprensible. Por eso, para los judíos, el mundo se «domina» dando nombres a las cosas, usando palabras. Todo pasa por la palabra.

Dios dijo, creando todo, la luz, el cielo, el día, la noche, las aguas. Cuando crea al hombre, crea al que sabe leer la creación. ¡Cómo estamos olvidando este don de leer la creación! Si hay buena música y nadie la escucha, esta música no es buena, ni siquiera tiene sentido. Así nos arriesgamos los hombres a tratar toda la belleza de la creación, vaciándola de sentido con nuestra indiferencia.

¿Cuántas hermosas puestas de sol nos hemos perdido, con los ojos puestos en el televisor o en el móvil? ¡Cuántos cielos estrellados espectaculares! La creación es una palabra objetiva, el hombre a través de la palabra diviniza, interpreta la creación, le encuentra un sentido, busca la firma del creador. Sólo el hombre realiza esta tarea. Pero sucede que la luz, que ilumina el mundo desde esta cueva, no es acogida por la oscuridad. En el mundo hay un miedo, una mentira, que no capta la palabra. Captar significa comprender, pero también aprisionar. La oscuridad no puede comprender la luz, pero tampoco puede sofocarla. Con este doble sentido, se da valor a la humildad de esta cueva, al drama de un Dios que nace, pero que no es reconocido por los hombres. Detendremos nuestra mirada en la segunda parte del prólogo el próximo domingo, el primero del nuevo año, que irá acompañado de los mismos pasajes del Evangelio.

El deseo más hermoso de esta Navidad es contemplar esta escena de Belén con la mirada de santa Clara de Asís, que decía «Pon tus ojos frente al espejo de la eternidad, pon tu alma en el esplendor de la gloria, pon tu corazón en Aquel que es la figura de la sustancia divina, y transfórmate enteramente por la contemplación, en la imagen de la divinidad de Él» (FF 2888).

En esta palabra se juega el destino del hombre, a la luz de esta palabra que podemos comprender toda la belleza de lo que sucedió en el pesebre de Belén, y tal vez nuestra Navidad, en nuestro encuentro al final de este viaje de búsqueda de estas semanas, adquiere un sabor más dulce.

Te deseamos de corazón una ¡Feliz Navidad del Señor!

Laudato Si’!