Cuarto domingo del tiempo ordinario
“Camino Laudato Si’ – Evangelio Dominical”
Domingo 28 de enero
4º DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO B
Mc 1, 21-28
Continuemos juntos nuestro camino sobre los pasos de la Palabra a través del Evangelio dominical que hoy nos presenta el primer día de la misión de Jesús y su enseñanza en la sinagoga de Cafarnaún. Aparentemente, nos encontramos en lo que parece ser una escena litúrgica o un exorcismo y, sin embargo, veremos que se trata de un gesto de Creación.
Nos encontramos en las primeras líneas del Evangelio de Marcos, que -de manera muy concisa e inmediata- describe el itinerario de Jesús a un ritmo acelerado: de Juan el Bautista al bautismo, de las tentaciones en el desierto a la llamada de los primeros apóstoles junto al lago, y todo ello tiene lugar en los primeros 20 versículos del Evangelio. Aquí estamos, en la aldea de pescadores, viviendo el primer día de la misión de Jesús.
“Llegaron a Cafarnaúm y, el sábado, Jesús entró en la sinagoga”. Inmediatamente se nos dan dos claras indicaciones de espacio y tiempo. El Evangelio de hoy continúa el relato del domingo pasado, en el que Jesús anunció un kairós, aquí y ahora. El “aquí” es Cafarnaún, la ciudad de Pedro y los pescadores recién llamados. El “ahora” es el sábado, el primer día descrito en el evangelio de Marcos. Así se realiza la misión. Jesús hizo una cosa: “enseñó”.
Marcos no nos dice lo que realmente enseñó. Destaca el método, “les enseñaba como quien tiene autoridad“, y la reacción que suscita la enseñanza: “se admiraban“. ¡Qué bonito habría sido escucharlo en persona! Oír palabras de verdad capaces de estremecer el corazón. Era una enseñanza tan verdadera porque venía de dentro. Fue pronunciada con autoridad precisamente porque fue evidentemente vivida. Lo contrario de cualquier mentira se demuestra en su misma contradicción.
En este sábado ordinario algo sucede, “en la sinagoga de ellos”- muy bonita referencia física, sólo para decir que era esa sinagoga allí en ese pueblo de pescadores – había habitualmente un hombre poseído por un espíritu inmundo. Se puede decir que el hombre estaba allí habitualmente, nada nuevo. Normalmente todo está tranquilo, pero ese sábado ese hombre grita. ¿Por qué grita ese sábado? La enseñanza de Jesús lo estremece. Un encuentro con el Señor, en verdad, sacude el corazón de todos, y el de este hombre también. Hasta que no tengamos un verdadero encuentro, nosotros también podemos estar en la sinagoga todos los sábados o en la iglesia todos los domingos, pero todo queda en silencio.
“¿Qué quieres de nosotros?“, grita el espíritu, hablando en plural porque el mal divide la personalidad del hombre, porque es mentira. Mejor aún sería traducir “¿qué hay entre tú y yo?”, expresión típica de los pactos, como si hubiera miedo a un pacto que corre peligro de verse amenazado. En el fondo, el mal quiere hacernos creer que Dios está aliado con él, un Dios juez que existe precisamente porque hay mal que juzgar. Pero Dios es ante todo un redentor, es ante todo un creador, es el artista que desea cada día tanta belleza que el mal intenta por todos los medios arruinar.
En efecto, decir: “¿Has venido a arruinarnos?” es la mentira ulterior del grito del espíritu inmundo. Uno se extraña de que sea un asiduo asistente a la sinagoga, el piadoso creyente que siempre encontramos en misa, quien diga esto. Tantas veces nosotros mismos, asiduos frecuentadores, tenemos esa imagen de Dios que necesitamos sacudir. Se puede mentir incluso diciendo algo perfectamente cierto, pero descontextualizado: “¡Ya sé quién eres: el santo de Dios!“, una definición perfecta de Jesús. Pero decir, al mismo tiempo, que el Santo de Dios ha venido a destruir, muestra una gran mentira sobre la idea de Dios que se quiere dar.
Jesús viene, con su autoridad, a dignificar a la persona, a cada uno de nosotros, disociando el pecado del pecador, o la enfermedad del enfermo, separando ese falso ‘ doble’ “nosotros” que grita. Contrarresta el grito con una “reprimenda”, utilizando las palabras Φιμώθητι καὶ ἔξελθε ἐξ αὐτοῦ. Son las únicas palabras de Jesús que oímos en la sinagoga de Cafarnaúm: “¡Silencio! Salid de él!” En primer lugar, ese “¡Silencio!” significa literalmente “ponle un bozal”, evidentemente no dirigido a la persona, sino al mal interior (que siempre habla demasiado y muy alto dentro de nosotros). Pero eso no es todo. Jesús le ordena severamente que abandone a la persona porque ese no es su lugar. No fuimos creados por Dios para ser el hogar del mal. Si entra, tiene que salir, porque está invadiendo. Jesús viene a liberarnos de este intruso y nos devuelve a los orígenes de la Creación.
La Creación que Jesús lleva a cabo en la sinagoga devuelve a este hombre a su verdad; es una lucha entre la mentira y la libertad del hombre devuelto a sí mismo, devuelto a lo que era en el jardín del Edén. Empezamos con un hombre que grita y parece saber quién es Dios, para descubrir en cambio que es Dios quien conoce al hombre, porque lo creó con esa misma palabra con la que lo libera en la verdad. Es una Creación violenta y una lucha porque la escena que se presenta es realmente dinámica, “El espíritu inmundo, sacudiéndolo con violencia, y clamando a gran voz, salió de él“. El mal se resiste y no es fácil que la idea retorcida de Dios que llevamos dentro surja con calma. No es nada fácil encontrarse con Jesús en la vida.
Ante la primera reacción de asombro, un nuevo sentimiento se apodera de los presentes: a todos les embarga el miedo. No es miedo, sino ἐθαμβήθησαν, casi como deslumbrados, iluminados. La certeza de una enseñanza autorizada, la confirmación del sentimiento nacido al escuchar por primera vez las palabras de este hombre que venía a enseñar. “Y enseguida su fama se extendió por todas partes, por toda la región alrededor de Galilea“, la región que representa nuestra vida cotidiana, el lugar donde remendamos nuestras redes y donde Dios nos observa y nos busca. Este hombre que viene hoy a enseñarme, así como a ti que lees, y nos invita a salir de nuestra aparente tranquilidad cotidiana, nos invita a sacudir el corazón y a escuchar su palabra, que no nos hace tranquilizar.
Este domingo, roguemos al Señor para que acojamos con alegría la invitación a la liberación propuesta por Francisco de Asís, que decía en la paráfrasis del Padrenuestro “Y no nos dejes caer en la tentación: oculta o manifiesta, repentina o insistente. Mas líbranos del mal: pasado, presente y futuro” (FF 274).
¡Les deseamos un buen domingo, acompañados de la palabra del Señor!
¡Laudato Si’!