EcoEvangelio

II domingo del tiempo ordinario

16 de enero 2022

SITUACIÓN

Justo acabo de leer en internet que una persona, de nombre Knox Peden, se convirtió al catolicismo atraído por el llamado del papa Francisco al cuidado de la casa común. “Cuanto más leía, más me atraían sus enseñanzas», declaraba en el artículo. El compromiso de la Iglesia ante la crisis ecológica, se puede decir, fue un signo o una señal que le ayudó a Peden a descubrir algo más existencial que lo llevó a abrazar la fe católica.

¿Qué otros signos o señales pueden ayudar a creer en Jesús hoy y seguirlo en la Iglesia?

En cada época la Iglesia está llamada a ser signo del Reino de Dios anunciado por Jesús. En el Evangelio de este domingo acentuamos el valor del signo, el cual nos ayuda a ver quién es Jesús y, de ahí, a creer en Él.

EVANGELIO

Jn 2, 1-11

A los tres días había una boda en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí. Jesús y sus discípulos estaban también invitados a la boda. Faltó el vino, y la madre de Jesús le dice: «No tienen vino». Jesús le dice: «Mujer, ¿qué tengo yo que ver contigo? Todavía no ha llegado mi hora». Su madre dice a los sirvientes: «Haced lo que él os diga». 

Había allí colocadas seis tinajas de piedra, para las purificaciones de los judíos, de unos cien litros cada una. Jesús les dice: «Llenad las tinajas de agua». Y las llenaron hasta arriba. Entonces les dice: «Sacad ahora y llevadlo al mayordomo». Ellos se lo llevaron. El mayordomo probó el agua convertida en vino sin saber de dónde venía (los sirvientes sí lo sabían, pues habían sacado el agua), y entonces llama al esposo y le dice: «Todo el mundo pone primero el vino bueno y, cuando ya están bebidos, el peor; tú, en cambio, has guardado el vino bueno hasta ahora». 

Este fue el primero de los signos que Jesús realizó en Caná de Galilea; así manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en él.

REFLEXIÓN

En el contexto de una boda, Jesús transforma el agua en vino. Juan dice que este es “el primero de los signos que Jesús realizó”. La palabra “signo” es empleada para referirse a la acción realizada y sirve para que los demás crean. Es lo que se deduce de la conclusión del Evangelio: “sus discípulos creyeron en él”.

Como con los discípulos primeros, Jesús a lo largo de nuestra vida nos ha mostrado signos de su presencia salvadora: un testimonio cercano, una experiencia solidaria en circunstancias inesperadas, un sufrimiento acompañado, un momento de acogida en la comunidad cristiana, etc. Estas vivencias, algunas veces, han sido verdaderas “experiencias fundantes” que nos han movido a algo más, a desear la vida de Jesús, a tener “sus mismos sentimientos”. Es su espíritu que nos permea y nos apremia a vivir de una manera nueva en Él y como Él. Viviendo así, los cristianos nos convertimos en “signos”, “señales”, de la presencia de Jesús en el mundo, en la hora que nos toca vivir.

Hoy, por ejemplo, nuestra “hora” está marcada no solo por la crisis ecológica, sino también, por la “conciencia verde” de muchos ciudadanos. Esta preocupación ambiental es valiosa en sí, un verdadero signo de los tiempos. Pero también esta hipersensibilidad, en muchos casos, ha propiciado un cierto “marketing por lo verde”, es decir, se asume un discurso o se hace propaganda de prácticas de cuidado del medio ambiente, pero sin renuncias, sin cambios de fondo. En este contexto, los cristianos, sin duda no podemos desentendernos o ignorar el problema ecológico, pero en nuestra respuesta está implicada nuestra fe, nuestros valores, todas las dimensiones de nuestra vida cristiana: lo que creemos, celebramos, vivimos, y oramos, como comunidad creyente.

Para nosotros, la preocupación por el cuidado de nuestra casa común supone, desde luego, plantearnos la conversión ecológica y la práctica de las nuevas virtudes ecológicas (cf. LS 88), como “la autolimitación, y la sensibilidad por la vulnerabilidad de la vida ajena”. “Sólo a partir del cultivo de sólidas virtudes es posible la donación de sí en un compromiso ecológico. Si una persona, aunque la propia economía le permita consumir y gastar más, habitualmente se abriga un poco en lugar de encender la calefacción, se supone que ha incorporado convicciones y sentimientos favorables al cuidado del ambiente” (LS 211).

Concluyendo, podemos decir que, el compromiso ecológico del cristiano es un signo de Reino de Dios en el mundo. Una vida entregada al cuidado de la creación y de los más vulnerables, sin duda, es un signo de la presencia de Jesús en la comunidad creyente, es una señal que el hombre de este tiempo puede comprender para decidirse en el seguimiento de Cristo.

¿Yo estoy dispuesto a mostrar a Cristo viviendo mi compromiso ecológico, incorporando en mi vida las virtudes ecológicas?

ORACIÓN

Señor, que desde tu amor podamos ser solidarios en el cuidado de nuestro prójimo y de nuestra hermana Tierra. Danos un corazón abierto, una sensibilidad profunda para intuir las necesidades en el mundo y entregarnos al bien común. Amén.