Por Marie Cooke, consultora teológica del MLS

A través del bautismo, iniciamos una nueva forma de vida: ‘integrados al Pueblo de Dios… hechos partícipes, a su modo, de las funciones sacerdotales, proféticas y reales de Cristo’ (Lumen Gentium 31), para continuar la misión y el ministerio de Cristo en el mundo como parte de una comunidad que encuentra el reflejo de Dios que hay en todo lo que existe’  (Laudato Si’ 87).

Un profeta es una persona elegida por Dios para ser su portavoz ante el pueblo de una determinada época y un lugar concreto. En las Escrituras hebreas, vemos profetas que interpelaban al Pueblo Elegido cuando se había desviado de su pacto con Dios. En el Nuevo Testamento, Juan el Bautista prepara el camino a Cristo llamando al pueblo a la conversión y al bautismo.  Los profetas eran impopulares porque desafiaban el statu quo si existían «estructuras de pecado» (Catecismo de la Iglesia Católica 1869) que hacían sufrir a la gente, por lo que debían ser personas de profunda fe y confianza en Dios. Los profetas también necesitaban una esperanza radical, que la Escritura nos dice que recibieron a través del don de la gracia de Dios: «Derramaré mi Espíritu sobre toda carne; vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán, vuestros ancianos soñarán sueños y vuestros jóvenes verán visiones» (Joel 2:28).

Los profetas eran también personas que escuchaban atentamente a Dios y, como María, «meditaban» (Lc 2, 19) en su corazón antes de hablar y actuar. La doctrina social católica nos da a cada uno de nosotros este mismo marco para vivir, en el método Ver, Juzgar, Actuar. Aquí y ahora, intentamos descubrir la voluntad de Dios para nosotros y para nuestro mundo. Luego nos informamos sobre cómo debemos vivir antes de ponerlo en práctica con fe y, tal vez, con valentía. ‘No os conforméis a este mundo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta’. (Rom 12,2).

Los profetas no eran arcaicos anunciadores de catástrofes, sino más bien proclamadores de la «buena nueva», de normas éticas elevadas, muy necesarias todavía hoy para cuestionar pacíficamente actitudes que perjudican tanto a las personas como al planeta.

“La misma lógica que dificulta tomar decisiones drásticas para invertir la tendencia al calentamiento global es la que no permite cumplir con el objetivo de erradicar la pobreza” (Laudato Si’ 175). 

No se trata de una llamada a una élite reducida, sino a todos los cristianos, trabajando juntos para lograr la transformación de los valores y las prácticas de nuestra sociedad. ‘La interdependencia debe convertirse en solidaridad, fundada en el principio de que los bienes de la creación están destinados a todos.’ (Sollicitudo Rei Socialis 39). 

Nuestro mundo se enfrenta a una crisis medioambiental y está asolado por guerras, injusticias y pobreza que afectan a la vida de todos los habitantes del planeta, especialmente a los más vulnerables. Dios nos llama a ser proféticos, a decir la verdad al poder y a desafiar las estructuras que han permitido que florezcan la codicia y el mal. La enseñanza de Laudato Si’ nos hace conscientes de que nuestra madre tierra es profética y «clama por el daño que le provocamos a causa del uso irresponsable y del abuso de los bienes que Dios ha puesto en ella»  (Laudato Si’ 2).

Hoy, Dios pide que los profetas de la ecología integral hablen en nombre de los que no tienen voz, que aboguen por estilos de vida nuevos y más sencillos que no causen daño ni derrochen los recursos de la tierra, sino que garanticen la equidad para todos, de modo que cada persona tenga lo que necesita no sólo para sobrevivir sino para prosperar. De este modo, se “podría llegar a ejercer una sana presión sobre los que tienen poder político, económico y social” (Laudato Si’ 206), y animar a todos a centrarse en lo que sustenta el bien común, reconociendo la interconexión de todos los seres vivos y nuestro viaje común.

San John Henry Newman dijo: «Vivir es cambiar, y ser perfecto es haber cambiado a menudo». Por lo tanto, tenemos que centrarnos en utilizar cada nuevo día que se nos da, para ser seguidores proféticos de Cristo, en solidaridad con las personas de todo el mundo que sufren a causa de la crisis ecológica, actuando como «su testimonio vivo sobre todo con la vida de fe y caridad y ofreciendo a Dios el sacrificio de alabanza» (Lumen Gentium 12). Pedimos al Espíritu Santo, “haznos testigos del hoy de Dios, profetas de unidad para la Iglesia y la humanidad, apóstoles fundados sobre tu gracia, que todo lo crea y todo lo renueva» (Papa Francisco, Homilía de Pentecostés 2021).