Por el P. Lluc Torcal O. Cist., Procurador General, consultor teológico del MLS

Inspirado en Lc 16, 19-31

El Evangelio que acabamos de leer es uno de esos textos que tocan a todos: seamos católicos, ortodoxos, protestantes, creyentes de otras religiones o incluso no creyentes, este Evangelio es para todos.

En primer lugar, nos dice que en este mundo estamos llamados a compartir los bienes que recibimos, especialmente los bienes de la Creación. Y que nuestro futuro eterno se decidirá en función de cómo compartamos estos bienes. No en función de lo que creamos o dejemos de creer, sino en función de cómo compartamos los bienes que recibimos con los demás, especialmente con los necesitados.

Si el hombre rico hubiera alimentado al pobre Lázaro, ahora estaría compartiendo la mesa de Abraham con él. Pero el hombre rico olvidó que su riqueza no era suya, sino que en última instancia procedía de Dios y, por tanto, estaba destinada a ser compartida con los demás.

Así como la creación es común a toda la humanidad, común a todas las creencias, y por tanto todos, especialmente los creyentes, deben cuidarla, como decía el Papa en LS 64: «Es un bien para la humanidad y para el mundo que los creyentes reconozcamos mejor los compromisos ecológicos que brotan de nuestras convicciones«; así el mensaje de compartir los bienes de esa misma creación es un mensaje común a todas las creencias, un mensaje común a todos los profetas de Dios y una llamada a toda la humanidad. Porque según tratemos la creación y compartamos los bienes con nuestros hermanos y hermanas, así será nuestra vida con Dios cuando nos llame a dejar este mundo.