La COP 28 ha llegado a su fin tras dos semanas de arduo trabajo. Fueron negociaciones intensas entre las partes, que se prolongaron por las noches para lograr consensos sobre temas claves en mitigación, financiamiento para la transición, la ampliación y operalización del fondo de pérdidas y daños, y las ayudas para la adaptación al cambio climático. El martillazo final a cada documento de trabajo llegó un día después de lo previsto, en la mañana del miércoles 13 de diciembre en Dubái.

El documento más esperado en esta COP ha sido el GST (“Global Stocktake” en inglés, sobre el Balance Global), pues, de alguna manera, este documento de la CMUNCCC maracará la hoja de ruta de aquí al 2030 en términos de mitigación, adaptación y ayudas económicas.

Tras el cierre del último ciclo de Informes sobre Cambio Climático del IPCC (2021-2023), la ciencia puso plazos y cantidades concretas para lograr la descarbonización de las sociedades. La ciencia indicó claramente que el pico de emisiones de gases de efecto invernadero debe alcanzarse en el 2025 e inmediatamente empezar a reducir las emisiones de CO2 en un 43% para el 2030, 60% para el 2050 y en 84% para el 2050, comparado con las emisiones globales del 2019, para poder así lograr cumplir con la meta de calentamiento global no superior a 1,5ºC del Acuerdo de París. Meta que mantiene la seguridad de la sostenibilidad de la vida en la tierra, tal como la hemos conocido hasta hoy.

Por su parte, la Agencia Mundial de Energía en su informe sobre el “Escenario 2050 de Emisiones Netas Cero” (2023) y otras instituciones académicas advierten que para lograr estas metas hay que avanzar por el abandono de los combustibles fósiles de manera ordenada, gradual y equitativa, para no dejar nadie atrás. Indican, además, que confiar en tecnologías de captura y almacenamiento de carbono para continuar produciendo combustibles fósiles “mitigados” o “amainados” (“abated” en inglés) no es una estrategia adecuada por la escala de la crisis, porque no se puede aplicar en todas las circunstancias, porque puede demorar inútilmente las decisiones más efectivas,  y porque trae peligrosas consecuencias en determinadas circunstancias. Apostar alegremente por esta alternativa se traduce, en lenguaje de la COP, como “eliminar gradualmente los combustibles fósiles no amainados, no mitigados” (“phase out unabated fossil fuels”, en inglés).

Fray Eduardo Agosta Scarel, asesor principal del Movimiento Laudato Si’ y miembro de la delegación de la Santa Sede presente en Dubai

La postura de la Iglesia, guiada por el principio precautorio y el conocimiento provisto por la ciencia, la expresó claramente el Papa Francisco en su alocución al comienzo de la COP28: 

“Que esta COP sea un punto de inflexión, que manifieste una voluntad política clara y tangible, que conduzca a una aceleración decisiva hacia la transición ecológica, por medio de formas que posean tres características: «que sean eficientes, que sean obligatorias y que se puedan monitorear fácilmente» (LD, 59). Y que se realicen en cuatro campos: la eficiencia energética, las fuentes renovables, la eliminación de los combustibles fósiles y la educación a estilos de vida menos dependientes de estos últimos.”

Por tanto, la posición de la Santa Sede mantenida a lo largo de las discusiones, en materia de mitigación, ha sido la de apostar por una transición que abandone los combustibles fósiles, de forma acelerada, ordenada, equitativa y justa, sin dejar a nadie atrás, en línea con la mejor ciencia disponible. Postura que en esta COP ha sido compartida por más de ciento veinte países. Esto es un gran logro en esta COP que debemos destacar. Como dijo el Secretario General de la ONU, Antonio Guterres: “Quiérase o no, la eliminación gradual de los combustibles fósiles es inevitable”. (Whether you like it or not, fossil fuel phase out is inevitable”).

No obstante, lo anterior, los párrafos del GST dedicados a la mitigación, finalmente aprobados, se centran principalmente en el carbón, y  no mencionan al petróleo ni el gas; la eliminación de los combustibles fósiles sólo se centra en el sector energético, no en todos los combustibles fósiles; incluyen lagunas como «no amainados o no mitigados» (“unabated”, en inglés) e «ineficientes»; no reconocen la necesidad de poner fin a la expansión, y no hay un vínculo suficiente con la financiación de la eliminación de los combustibles fósiles para los países en desarrollo.

En consecuencia, el texto aprobado no aborda una «eliminación ordenada, equitativa, sin dejar a nadie atrás, de la producción y el consumo de combustibles fósiles en consonancia con los mejores conocimientos científicos disponibles, que es lo que implica el llamamiento del Papa Francisco a la eficiencia energética, la eliminación de los combustibles fósiles y el aumento de las fuentes de energía renovables. 

Tampoco se ha hecho eco el pedido de la Iglesia por una educación política y social para la transición hacia estilos de vida sostenibles y a patrones sostenibles de producción y consumo con la meta de lograr caminos sustentables de desarrollo humano integral. 

Pese a estas lagunas, hay una gran luz de esperanza, pues el creciente número de países que han pedido en esta cumbre la eliminación de combustibles fósiles es un punto de quiebre a la intransigencia y parsimonia de estos últimos 8 años de cumbres climáticas, después del Acuerdo de París. Número impensado hace un año atrás, cuando apenas tres naciones lo reclamaban. 

Es cierto, pareciera que sólo se trata de palabras, pero las palabras en las conferencias de la ONU son capaces de crear nuevas oportunidades, nuevos mundos, en los que es posible la cooperación, el diálogo, y la construcción del bien común, como nos demandan los jóvenes, y la generación futura. 

Para nosotros el objetivo es claro: acelerar la transición para abandonar los combustibles fósiles de una manera justa, ordenada y equitativa, sin dejar a nadie atrás, en esta década crítica, con el fin de mantener el calentamiento global en menos de 1,5°C a nuestro alcance, asegurando una tierra habitable para todos, en esta casa común.