“Servimos junto a toda la familia católica, desde la jerarquía hasta las bases, desde el clero y los religiosos hasta los laicos. Construimos relaciones entre la Iglesia y el movimiento ecologista, siendo «ecologistas cristianos» que son ecologistas entre los cristianos y cristianos entre los ecologistas”.

Los primeros cristianos, gracias a la bendición del Espíritu Santo, comprendieron profundamente su vocación de encarnar la buena nueva de Jesucristo en el mundo, en diferentes contextos, en diferentes culturas. Es lo que hizo que los apóstoles comprendieran la necesidad de acoger tanto a judíos como a gentiles, y lo que convirtió a San Pablo en un ávido peregrino que proclamaba la salvación por Jesucristo en distintos rincones del antiguo Medio Oriente. No importa dónde ni con quién, los cristianos estaban llamados a proclamar el Evangelio y dar testimonio del amor de Cristo. Esa sigue siendo nuestra llamada al día de hoy.

Con la nueva luz que arroja el Papa Francisco a través de la encíclica Laudato Si’, se nos recuerda que nuestra llamada a proclamar el Evangelio y testimoniar el amor de Cristo debe incluir necesariamente la proclamación del Evangelio de la Creación y el testimonio del amor a la Creación (véase el capítulo 2 de LS). Cuando profesamos nuestra fe en Dios Padre, no debemos olvidar que estamos profesando nuestra fe en el Creador de toda la Creación. También cuando profesamos nuestra fe en Dios Hijo, debemos recordar que estamos profesando nuestra fe en el Redentor de toda la Creación. Y cuando profesamos nuestra fe en el Espíritu Santo, estamos profesando nuestra fe en Aquel que unifica toda la Creación en la comunión de amor intencionada por el Padre y cultivada por el Hijo. Nuestra fe trinitaria nos llama a vivir según la dignidad de la Creación y la comunión de amor que Dios quiere.

Por eso somos, ante todo, cristianos que hemos llegado a comprender, a través de nuestra tradición cristiana y de la doctrina social católica, que debemos salvaguardar y amar el mundo en el que vivimos. Tenemos una vocación especial dentro de la Iglesia, como ecologistas entre cristianos, de recordar a nuestras hermanas y hermanos la centralidad del cuidado de la creación en nuestra fe y tradición cristianas. Esto permite nuestro hermoso reto de integrar a todas las partes de la Iglesia, desde las comunidades de base en todos los rincones del planeta hasta las estructuras institucionales de cada diócesis y congregación, para que podamos vivir como una familia interconectada a través del reconocimiento y la misión de cuidar la Creación, nuestro hogar común.

Esta comprensión, por otra parte, nos acerca también a muchos fuera de la Iglesia, a otros pueblos, movimientos, religiones y creencias que consideran prioritario el cuidado del medio ambiente. En el mundo, independientemente de la fe o las creencias, estamos llamados a recordar a nuestras hermanas y hermanos que el medio ambiente es un don que hay que contemplar, cuidar y proteger, y a unir nuestras fuerzas a las de quienes ya están dando su vida por esta causa.

Como cristianos entre los ecologistas, somos el alma alabadora que ama a nuestro Creador a través de la Creación, mediante la labor de salvaguardarla y de proteger a los más vulnerables entre nosotros, colaborando también con todos los que la cuidan.

Recordemos las palabras de Cristo según el Evangelio de San Juan y el Evangelio de San Mateo: «Como tú me enviaste al mundo, así yo los he enviado al mundo» (Juan 17,18), “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura” (Marcos 16:15). 

¡Vayamos a proclamar y testimoniar el Evangelio de la Creación, en la Iglesia y en el mundo!