El período del papado de Juan Pablo II -de 1978 a 2005- fue testigo de un nivel de preocupación sin precedentes por el medio ambiente. Problemas de larga data, como la contaminación, las especies en peligro de extinción, la pesca excesiva y la deforestación, siguieron empeorando.

Además, se hizo patente el nuevo reto del cambio climático mundial, que condujo a la formación del Panel Internacional sobre el Cambio Climático en 1988 y a la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático en 1992.

La crisis medioambiental y el cuidado de la creación de Dios

Dentro de la Iglesia católica, esta fue una época de mayor reflexión sobre las cuestiones medioambientales. En 1965, el Concilio Vaticano II había declarado que la preocupación de la Iglesia se extiende a «los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias» de todos los pueblos (Gaudium et Spes 1).

Además, en 1971, el Papa Pablo VI señaló que, «debido a una explotación inconsiderada de la naturaleza, [la humanidad] corre el riesgo de destruirla y de ser a su vez víctima de esta degradación» (Octogesima Adveniens 21). Algunos pensadores habían llegado a culpar al enfoque ultramundano del cristianismo de las prácticas medioambientales destructivas, mientras que una nueva generación de sacerdotes, hermanas, académicos y activistas de la Iglesia intentaba levantar a los marginados y proteger la naturaleza mediante un interés consciente por el medio ambiente.

En la coyuntura de estas fuerzas, las enseñanzas de Juan Pablo II sobre el cuidado de la creación desempeñaron un papel fundamental en la configuración del pensamiento y la práctica católicos.

MIRA: La Iglesia Católica y el cambio climático: Por qué los católicos se preocupan por el cambio climático

Conexiones con la naturaleza

Cuando era un joven sacerdote en su Polonia natal, Juan Pablo II (entonces conocido como Karol Wojtyła) realizaba viajes regulares a la naturaleza, tanto para renovarse personalmente como para ejercer su ministerio con un grupo de jóvenes católicos que él mismo convocaba en aras del compañerismo y el apoyo mutuo.

Estos viajes incluían esquí, senderismo, kayak y acampadas por la campiña polaca, así como momentos de tranquilidad para rezar y conversar. «Si hablas con la mayoría de los papas –reflexionó más tarde Juan Pablo II-, te dirán que recibieron su formación en el seminario. Yo, sin embargo, recibí mi formación llevando a los jóvenes al campo».

La carrera temprana de Juan Pablo II como filósofo y teólogo también determinó sus puntos de vista sobre las cuestiones medioambientales. Defendió la filosofía del personalismo, que subraya el valor especial y la dignidad de los seres humanos como personas.

De este modo, afirmó la tradicional distinción cristiana entre los seres humanos y el resto de la naturaleza. Al mismo tiempo, el futuro Papa siguió a Santo Tomás de Aquino al subrayar que los seres humanos están compuestos tanto de materia como de espíritu.

No sólo la mente tiene valor, sino también el cuerpo, incluyendo su salud, sus emociones y su sexualidad. Esta preocupación holística por los seres humanos como seres encarnados implica una preocupación relacionada con el entorno natural en el que las personas viven, crecen y tienen su hogar.

Primera encíclica

Poco después de su elección como Papa, Juan Pablo II desarrolló estos y otros temas en  Redemptor Hominis, su encíclica de 1979. Una encíclica es una carta pública del Papa, y este texto fue compuesto como anticipo e inicio del pontificado de Juan Pablo Il.

La encíclica afirma el papel de Jesús como redentor de la humanidad y la misión de la Iglesia como difusora de este mensaje transformador de salvación. También defiende el inestimable valor de la dignidad humana, especialmente frente a los ataques a los derechos humanos y al bienestar en los regímenes opresivos de la época de la Guerra Fría.

Al hablar del medio ambiente, Juan Pablo II recurre a las Escrituras, recordando cómo Dios llamó «buena» a la creación del mundo natural (Génesis 1), y cómo San Pablo habla de la naturaleza después del pecado original de Adán y Eva como «gimiendo con dolores de parto» (Romanos 8:22) mientras «espera con ansia la revelación de los hijos de Dios» (Romanos 8:19) (Redemptor Hominis 8).

Lee y mira: La Iglesia católica y el cambio climático: Por qué los católicos se preocupan por el cambio climático

En consecuencia, ante problemas como la contaminación y la degradación del medio ambiente, es conveniente invocar a Jesús como redentor y buscar su gracia para transformar los corazones y restaurar la fecundidad.

Como explica además el Papa:

La explotación de la tierra […] el desarrollo de la técnica no controlado […] llevan muchas veces consigo la amenaza del ambiente natural del hombre, lo enajenan en sus relaciones con la naturaleza y lo apartan de ella. El hombre parece, a veces, no percibir otros significados de su ambiente natural, sino solamente aquellos que sirven a los fines de un uso inmediato y consumo. En cambio era voluntad del Creador que el hombre se pusiera en contacto con la naturaleza como «dueño» y «custodio» inteligente y noble, y no como «explotador» y «destructor» sin ningún reparo (Redemptor Hominis 15).

Aquí, Juan Pablo II corrige la visión errónea de que las personas tienen una licencia desenfrenada para explotar la naturaleza, y en su lugar presenta a los seres humanos como guardianes cuidadosos. También expone lo que está en juego en la crisis medioambiental: no se trata sólo de que las personas estén infligiendo un grave daño al medio ambiente y a su sustento para las generaciones futuras, sino también de que la sociedad se enfrenta a una alienación deshumanizadora de la naturaleza, que ya no prospera en un mundo recíproco e inmersivo de otras especies, sino que está aislada de la naturaleza y frustrada en sus esfuerzos por controlarla y consumirla agresivamente. El restablecimiento de actitudes adecuadas hacia la naturaleza es, por tanto, un objetivo del nuevo Papa.

El Papa Juan Pablo II y el cuidado de la creación de Dios: símbolos y declaraciones

El año 1979 también marcó un hito en la sensibilidad católica hacia la naturaleza con la designación por parte de Juan Pablo II de San Francisco de Asís como patrón de los que promueven la ecología. La declaración vinculaba a un santo muy conocido y querido con el cuidado del medio ambiente, a la vez que reconocía la labor de los ecologistas y ambientalistas como una vocación que debía afirmarse en la Iglesia.

El Papa elogió a San Francisco como ejemplo «entre los hombres santos y admirables que han reverenciado la naturaleza como un maravilloso regalo de Dios» y señaló el «Cántico de las criaturas» del santo, que alaba a Dios reflexionando sobre la bondad del hermano Sol, la hermana Luna y el resto de la naturaleza.

San Francisco de Asís sería el homónimo del Papa Francisco, y las palabras iniciales en italiano del cántico de San Francisco («Alabado seas, Señor») sirven de título a la encíclica Laudato Si’ del Papa Francisco.

Juan Pablo II era conocido por sus viajes por todo el mundo como Papa, y estos viajes le ayudaron a llamar la atención sobre las numerosas naciones y ecosistemas donde la Iglesia está presente.

Desde la selva amazónica (1980) hasta el subártico canadiense (1987), pasando por las vibrantes ciudades de todos los continentes habitados, el Papa destacó la diversidad de entornos en los que se vive y se busca un futuro sostenible.

Juan Pablo II también se encontró con animales en sus viajes, lo que llevó a una icónica foto de 1986 en la que el pontífice sostenía un koala durante una visita a Australia.

La Iglesia Católica celebra la Jornada Mundial por la Paz cada 1 de enero, y en 1990, Juan Pablo II eligió como tema «la paz con Dios Creador, la paz con toda la creación».

En un mensaje para la ocasión, el Papa denunció «las crecientes devastaciones causadas en la naturaleza» como un ataque a la vida humana y un desprecio deliberado por la integridad de los sistemas naturales.

Como respuesta, pidió «un sistema de gestión de los recursos de la tierra, mejor coordinado a nivel internacional», incluyendo una mayor solidaridad y cooperación entre los países y un deber especial de los privilegiados de vivir con sencillez, reducir la pobreza y ayudar a los más vulnerables a los daños ambientales.

Una nueva era

La caída del comunismo en Europa del Este, entre 1989 y 1992, supuso un hito en el papado de Juan Pablo II. El Papa había participado activamente en los esfuerzos por promover la libertad religiosa y la organización democrática en Polonia y otros países, iniciativas que tuvieron éxito y abrieron el camino a una nueva era histórica.

Al mismo tiempo, el creciente papel del comercio mundial y del capitalismo global pasó a ocupar el primer plano de la atención mundial. En la cúspide de estas transiciones, Juan Pablo II publicó una importante encíclica sobre justicia social y economía en 1991.

Titulada Centesimus Annus («el centésimo año»), la encíclica marcaba el centenario de la tradición de la Doctrina Social Católica moderna inaugurada por el Papa León XIII en 1891. En la encíclica, Juan Pablo II esbozó los valores éticos y las salvaguardias necesarias para que los sistemas económicos sirvan al bien común, además de profundizar en las enseñanzas sobre cuestiones medioambientales.

En la encíclica, el Papa Juan Pablo II reflexiona sobre el crecimiento del consumismo y el peligro de los bienes de mercado que favorecen los deseos instintivos sobre los aspectos espirituales y relacionales de la naturaleza humana.

«El hombre, impulsado por el deseo de tener y gozar, más que de ser y de crecer, consume de manera excesiva y desordenada los recursos de la tierra y su misma vida» (Centesimus Annus 37). Esta tendencia viola la naturaleza humana y la estabilidad de los sistemas naturales. 

El hombre “cree que puede disponer arbitrariamente de la tierra, sometiéndola sin reservas a su voluntad como si ella no tuviese una fisonomía propia y un destino anterior dados por Dios […] En vez de desempeñar su papel de colaborador de Dios en la obra de la creación, el hombre suplanta a Dios y con ello provoca la rebelión de la naturaleza” (Centesimus Annus 37).

Juan Pablo II habla a continuación de la ecología natural, la ecología humana y la ecología social, y subraya que tanto los sistemas naturales como los humanos tienen ciertas pautas de funcionamiento adecuado que hay que cuidar y respetar (Centesimus Annus 38).

Aquí vemos una primera versión del concepto de ecología integral, que sería desarrollado por el Papa Benedicto XVI y serviría como tema unificador de la Laudato Si’ del Papa Francisco. 

En lugar de presentar la naturaleza como un fondo neutral para la empresa humana, Juan Pablo II afirma un orden inherente en la naturaleza que las personas pueden llegar a conocer y defender. El ser humano tiene un papel especial y se distingue del resto de la naturaleza por sus poderes racionales y espirituales.

Sin embargo, los seres humanos también están limitados por el medio ambiente, no sólo por el conjunto finito de recursos que contiene (como sostendría una perspectiva puramente económica). Más bien, los seres humanos están limitados por un orden divino presente en la naturaleza que indica que ciertas formas de vida, comunidad y economía son satisfactorias para los seres humanos y adecuadas para la sostenibilidad del medio ambiente a largo plazo.

En correspondencia con este paradigma, Juan Pablo II afirma un conjunto de deberes que vinculan a los dirigentes políticos y económicos. «Es deber del Estado», sostiene, «proveer a la defensa y tutela de los bienes colectivos, como son el ambiente natural y el ambiente humano, cuya salvaguardia no puede estar asegurada por los simples mecanismos de mercado» (Centesimus Annus 40).

El principio de subsidiariedad favorece las soluciones locales cuando son factibles (Centesimus Annus 48), pero muchos de los retos relacionados con el medio ambiente y el desarrollo mundial son de alcance global, lo que indica la necesidad de una colaboración internacional (Centesimus Annus 52).

Compromiso con el mundo

En consonancia con el llamamiento al compromiso internacional, el Vaticano participó en la Cumbre de la Tierra celebrada en 1992 en Río de Janeiro, que desempeñó un papel fundamental en el lanzamiento de los esfuerzos de la ONU para hacer frente al cambio climático.

Asimismo, representantes de alto rango del Vaticano participaron en posteriores conferencias de las Naciones Unidas sobre el cambio climático, la protección del medio ambiente y el desarrollo sostenible.

La publicación del Catecismo de la Iglesia Católica en 1992 ayudó a difundir la doctrina de la Iglesia sobre el medio ambiente. Ampliamente utilizado en la formación de la fe católica y a menudo citado como un resumen autorizado de la creencia católica, el volumen enseñó sobre la respuesta de la Iglesia a los nuevos desafíos ambientales.

Haciéndose eco de escritos anteriores de Juan Pablo II, el Catecismo afirma que «El dominio concedido por el Creador al hombre sobre los seres inanimados y los seres vivos no es absoluto» (CIC 2415) y que las personas deben «respetar la bondad propia de cada criatura para evitar un uso desordenado de las cosas, que desprecie al Creador y acarree consecuencias nefastas para los hombres y para su ambiente» (CIC 339).

En los años 90 y principios de los 2000 también se produjo un aumento de la conciencia ambiental popular dentro de la Iglesia. Las parroquias, escuelas, conferencias episcopales, asociaciones de laicos y órdenes religiosas tomaron medidas para educar a los católicos sobre los problemas medioambientales y proponer soluciones a partir de las condiciones locales y del marco de la doctrina social católica.

Muchas organizaciones y parroquias católicas, siguiendo la guía del Papa Francisco en Laudato Si’, cuidan de la creación de Dios ayudando a todas las personas a vivir su conversión ecológica, en la que las personas experimentan una transformación de los corazones y las mentes hacia un mayor amor a Dios, a los demás y a la creación. 

Pocos, sin embargo, se dan cuenta de que el Papa Francisco no fue el primer líder de la Iglesia en mencionar la necesidad de una «conversión ecológica». Ese fue el Papa Juan Pablo II, el 17 de enero de 2001.

«Es preciso, pues, estimular y sostener la «conversión ecológica», que en estos últimos decenios ha hecho a la humanidad más sensible respecto a la catástrofe hacia la cual se estaba encaminando», dijo.

En resumen, la visión de Juan Pablo II sobre el cuidado de la creación de Dios representa una contribución distintiva al pensamiento de su época.

Demuestra que una persona de fe religiosa puede comprometerse activamente en la reflexión sobre cuestiones medioambientales, y que defender el valor distintivo de las personas humanas no significa descuidar la naturaleza, sino protegerla, según el valor y la integridad de sus propios procesos.

El reto es poner en práctica estos ideales en medio de las muchas fuerzas contrarias de la sociedad contemporánea, un reto que continúa hoy en día.

Más información sobre el cuidado de la creación de Dios: